LA LÍNEA
OMAR TORRIJOS
HERRERA
(1929-1981, asesinado por el imperio)
La Guardia Nacional irrumpió en la vida política nacional en
el 68 con la intención de manejar políticamente el país apoyándose
exclusivamente en su capacidad de fuego y de maniobra. Iniciamos un proceso
tendiente a erradicar esos males profundos que se manifestaban en la epidermis
del organismo nacional como una calentura permanente. Por esos brotes febriles
se enfrentaba el Instituto Armado con quienes lideraban las causas reales y
profundas que sufría nuestro pueblo. Como no existían en ninguno de los altos
cuadros de nuestra institución castrense intenciones dictatoriales ni vocación
de permanecer en el Poder para usufructuarlo, nos propusimos metas dentro de
plazos razonables.
En el 72 cumplimos una primera etapa. Después de cuatro años
de Gobierno en los que ya habíamos comenzado a diseñar o arquitectar las
grandes soluciones para los grandes males, llegamos al convencimiento de que ya
era innecesario seguir atribuyéndonos todas las funciones. El patrullaje
doméstico por los contornos de la geografía del país nos llevó al
convencimiento de que en cada comunidad existía un vocero, un líder natural que
la comunidad designaba para que expusiera sus problemas y sugiriera las
soluciones. De allí surgió la idea de organizar al país políticamente a base de
los 505 Corregimientos que conforman la geografía política y topográfica de la
patria. Estaba bien consciente de que era un paso arriesgado, porque los 505
Representantes elegidos por sufragio iban a tener la responsabilidad de nombrar
a sus futuros dirigentes políticos. Teníamos cuatro años de estar trabajando a
partir de menos cero cariño por parte del pueblo. Y menos cero cariño quiere
decir odio hacia el uniforme.
Si nos habíamos ganado cariño fue por nuestras acciones, por
lo que hacíamos, no por lo que decíamos. Porque a este pueblo se le había hecho
llegar a esos niveles de incredulidad en los que no se cree en nada de lo que
se dice sino en lo que se hace. Nosotros estábamos en el convencimiento de que
en esos cuatro años nos habíamos ganado el cariño suficiente para que se nos
diera un voto de confianza en la reestructuración del Gobierno, en la formación
de un nuevo Gobierno que funcionara bajo su aprobación y bajo la permanente
consulta con los 505 representantes.
En el 78 se dio un nuevo giro. Entonces pensamos en la
organización de un partido, en modificar la constitución y delegar las
funciones de legislación a la cámara legislativa tal y como está diseñada
actualmente. Fue un nuevo paso gradual en la retirada metódica hacia nuestro
lugar de origen: el cuartel. Las Fuerzas Armadas que ejercen permanentemente el
poder se desgastan permanentemente hasta llegar a perder su profesionalismo,
acabando así con los cuadros directivos castrenses, y las instituciones
militares de orden público deben vivir mientras viva la República.
Estamos convencidos de que hemos formado una Guardia de
segunda edición que está lo suficientemente politizada para ser una garantía a
nuestro proceso de cambios y no lo que antes éramos: mantenedores oficiosos y
gratuitos de una clase gobernante.
La formación del Partido se aprobó con la intención de que
el Gobierno lo tuviese como primera base de sustentación. Como segunda base, un
grupo colegiado representativo de toda la geografía política, ideológica y
topográfica del país, encargado de elaborar las leyes que facilitarán la
continuación del proceso. Como tercera y última base de apoyo, las Fuerzas
Armadas, responsables éstas de garantizar la paz y la pacífica convivencia en
el país. Y responsables también de que no se rompa el equilibrio en perjuicio
de unos y beneficio de otros. Si el partido aplasta con su fuerza de influencia
al poder legislativo, estamos propiciando que se rompa el equilibrio que debe
existir en esta rama del diario devenir ciudadano. Si la legislativa se impone
a la fuerza al pueblo, con la ayuda de los fusiles, estamos propiciando una
dictadura sin uniforme. Y si la Guardia se impone, lo que se está propiciando
es una burla.
Aparentemente hay quienes me han entendido mal. Que el Partido sea primera base de apoyo o primera línea de choque no quiere decir que
es primera línea de choque físico, de fusil o tolete. Esto es algo que,
profesionalmente, ninguna institución armada puede aceptar. La Guardia Nacional
no puede permitir que se formen comandos paralelos que compitan con su misión
institucional. Lo que se quiere decir es que el partido del proceso está
supuesto a ser el torrente circulatorio que alimente al organismo político
nacional.
La Guardia Nacional puede ser la aspirina que cura la fiebre,
no la enfermedad. Jamás perderá su capacidad de reacción para curar la fiebre
más violenta en menos de dos horas. Es una de sus misiones. Pero no quiero que
se piense que una vez aliviada la fiebre, el organismo está sano. La fiebre se
produce por alteraciones orgánicas que son la causa real de esos malestares
febriles que se presentan en el país, erradicar el síntoma, el malestar febril,
no es curar la enfermedad del organismo. Sin embargo, una combinación armoniosa
de cirugía y medicina conjuntamente con la capacidad que debe tener el partido
como columna fundamental de apoyo al proceso, garantizan su continuación.
Contamos con la ventaja de que nuestro proceso ya produjo a
un dirigente, actualmente en reserva. En reserva, no de reserva. Así como la
economía de los países y nuestro diario quehacer humano requieren contar con
una reserva, igualmente se requieren en política tener una carta que jugar en
momentos de crisis. Pero no debe recurrirse a ella indiscriminada e
innecesariamente, como respuesta a la incapacidad de la maquinaria establecida.
Eso es utilizar al santo en todas las procesiones. Si un curita de aldea tiene
que llevar a Martín de Porres en todas sus procesiones, es porque no ha
cumplido con su misión proselitista, porque no ha podido convencer a la gente
de su parroquia sin recurrir al más taquillero de los santos. Nosotros, en la
Guardia Nacional, no queremos ver un P.R.D. armado de varillas, escopetas o
revólveres. Y tampoco queremos ver una Guardia Nacional haciendo labor de proselitismo
y desplazando a los dirigentes del partido que constituye la base de apoyo de
nuestro proceso.
En este país ha existido siempre una tendencia natural y
detestable, por parte de los dirigentes políticos, a marcar las tres cifras de
la Guardia Nacional para ordenarles la represión. Creen que esa es la vía más
expedita para terminar con un problema. Pero el que ordena o permite que se
utilice la represión está renunciando a su obligación de convicción.
Recuerdo, hace muchas administraciones atrás, después del
55, que se me llamaba en momentos de alteraciones políticas, Yo me extrañaba de
la facilidad con la que los mandatarios y los ministros de Gobierno y Justicia
ordenaban a la Guardia a que saliera a la calle. Nosotros, sin faltar a nuestra
obligación, considerábamos que eran gente precipitada. Nos mandaban a la calle
no como la última alternativa sino como la primera. Si protestábamos, decían
que los mandos militares desconocían la jerarquía y el mandato de las
autoridades civiles. Y no era eso. Es que los mandos militares pensábamos más
responsablemente. Sabíamos que la presencia de tropas en la calle podía
ocasionar muertos.
Sabíamos que teníamos la capacidad de disolver en muy poco
tiempo cualquier manifestación, por muy grande que fuese. Y sabíamos que una
vez determinada la hora H, la hora de intervenir, el problema quedaba resuelto,
pero resuelto sólo policivamente; propiciándose una convivencia pacífica que, sin embargo, desde ese momento tenía que
transcurrir escoltada de elementos con uniforme. Sabíamos bien que mientras no
se dieran las condiciones para que hubiese paz sin la necesidad de que
estuvieran presentes los elementos con uniforme, no estábamos resolviendo el
problema sino posponiéndolo, desplazándolo y engañándonos. No sé si suceda lo
mismo en otros países, pero en Panamá, como un procedimiento de operativo
normal de la política, la primera alternativa que se sigue siempre es el empleo
de la fuerza. Es lo que no quisiera que nos pasara en este proceso.
A la Guardia Nacional no se le puede juzgar por la conducta
de uno de sus hombres. Un equipo es más que la suma de las unidades que lo
componen. El modo de pensar de un guardia, de un oficial, de un miembro del
Estado Mayor, no constituye el modo de pensar de la institución. A pesar de ser
un cuerpo donde la disciplina es completamente vertical, los comandantes de
todos los niveles, de batallón, de zona, de pelotón o de escuadra, que mandan
verticalmente, si no están a la altura del equipo terminan no siendo
comandantes en muy poco tiempo.
Hemos acostumbrado a nuestra fuerza armada a que acepte ser
conducida pero no empujada. Cualquiera de nosotros puede tener una opinión, en
borrador o en lo personal, pero una vez que se reúne el Estado Mayor con su
comandante, se abre un compás de discusión y de opiniones. Muchas de esas
opiniones puede que estén en contra del pensamiento del comandante. Muchas
disienten entre sí y son encontradas. El comandante no habla durante el período
de discusión pero va extrayendo de cada una de las opiniones que se discuten lo
que él considera ser la línea correcta que debe seguirse. Un error suyo no sólo
lo perjudica a él, perjudica a todas las fuerzas armadas. Lo significativo es
que, tomada la decisión, ya no hay más discusión. Cada uno de los miembros del
Estado Mayor acepta la decisión y la defiende como si fuera propia. Eso es lo
significativo: es una decisión del equipo.
Indudablemente que cuando, con el correr del tiempo, se ve
que el jefe sólo toma decisiones equivocadas, sus subalternos le siguen obedeciendo
pero pierden fe en él. En lugar de ser un dirigente con uniforme, se constituye
en solamente jefe, y a la larga terminan por deshacerse de él. A ningún conducido
le gusta sentir la inseguridad de estar ejecutando órdenes que van en contra
del sentido común o de lo que se debe hacer en un momento dado. Con frecuencia,
ninguno de los miembros del Estado Mayor está de acuerdo con la decisión a la
que yo he llegado, pero algunos meses después caen en cuenta de que miraba más
lejos porque tenía las luces altas.
Hay un porcentaje en esto. A ningún jefe se le exige el 100
% de aciertos, pero el que está arriba del 60 % es, más que jefe, un líder. Y
yo creo que nosotros estamos bastante más arriba de ese porcentaje. No recuerdo
haber tomado nunca una decisión sin el consenso del Estado Mayor.
Debemos programar nuestras acciones teniendo puestas las
luces altas, y realizarlas con las bajas. Hay que saber cambiar las luces y en
qué momento se usa una y en qué momento la otra. En estos momentos debemos estar
programando el recorrido de una ruta de 600 kilómetros que son los seis años al
término de los cuales se nos va a poner a competir en las urnas. Allí vamos a
probar directamente en las urnas, cuando el pueblo deposite en ellas su verdad
íntima, si aprueba o desaprueba los 16 años de nuestra actuación. Todo lo que
hagamos ahora debe ser visto bajo esa luz y llevado a cabo con esa inspiración.
Esto no significa que debamos decir solamente la verdad agradable. No hay
mandatario que tenga solución para todos los problemas de su pueblo, y muchas
veces la mejor solución es la no consecución de un aplauso fácil.
Muchas veces la mejor solución es una verdad amarga, que
debemos decir aunque sepamos que detrás de ella vendrá una rechifla sonora. Con
el correr de los años los pueblos optan por respaldar a quienes tuvieron el
coraje de decirles la verdad desagradable en ese momento.
Digo todo esto porque a veces actuamos como si las cosas se
estuvieran acabando. Nos falta calma, no planificamos, y se pretende seguir utilizando
los tres números de la Guardia Nacional con mucha ligereza. Noto también la
filosofía del excusismo, aquella que tiende a buscar una excusa para todo lo
malo. La excusa eres tú, la excusa es el otro... Nunca se dice: la culpa soy
yo. La consecuencia de esto es la pérdida de fe entre unos y otros, haciendo de
los demás nuestro recipiente de culpa. Cuando la culpa es de nuestro proceso
tenemos que prorrateárnosla entre todos los que estamos interviniendo en él.
La falta de comunicación es el mejor ingrediente para el
distanciamiento. La comunicación diaria, aunque sólo sea para saludarse
socialmente, garantiza el que no haya distanciamiento entre nosotros. Y sin
distanciamiento no hay espacio ni físico, ni espiritual, ni político para que
se siembre en él la duda entre uno y el otro. Con esa duda comienza a
desmoronarse la unidad de un equipo. Pero cinco voluntades juntas constituyen
mayoría en cualquier parte. Y más de cinco, mayoría absoluta. Esto no quiere
decir que no haya diferencia de opinión entre nosotros. Lo que quiere decir es
que, si hay comunicación, no hay ninguna posibilidad de que el equipo se pueda
dividir.
Vacunémonos contra el virus que están propagando nuestros
enemigos en su clasificación de Gobierno de civiles y Gobierno de militares.
Quieren hacernos creer a los que vestimos de uniforme que las cosas no andan
bien por culpa de los civiles; y a los civiles, que las cosas no andan bien por
culpa de los militares o porque no queremos actuar. En ningún momento este
Gobierno adolecerá de Guardia Nacional. Si antes apoyamos a gobiernos malos de
los cuales no esperábamos nada para el país, a éste lo apoyamos con mucha más
capacidad de fuerza y de reacción, porque este es un Gobierno salido del
vientre mismo del proceso que nosotros iniciamos.
Eso sí, debemos determinar, coordinadamente, cuándo debe
entrar la Guardia en los problemas de orden público, y cuándo debe no entrar.
Que cada uno tenga la imaginación suficiente para ver dentro de su sector de
vigilancia política, qué cosa puede discurrir, inventar o planear, a fin de que
el pueblo entienda políticamente por qué se toma tal o cual medida.
Por ejemplo, si hubiéramos discutido más el problema de la
carne, habríamos determinado la hora y el sitio para anunciar su alza de
precio. Si se lo hace en Colón, ciudad constituida por legiones de hambrientos,
automáticamente tendremos una reacción de disgusto. Ellos son los más
perjudicados. Además, el hombre con mentalidad metropolitana jamás podrá
entender, ni le interesa hacerlo, las razones del costo de producción. Como
tampoco querrá reconocer que es un subvencionado por el trabajo del campesino.
En cambio, si ese mismo anuncio se hubiese hecho rodeado de ganaderitos de una
a cien reses en Herrera, Los Santos o Chiriquí, el anuncio habría pegado en
ellos con tanta fuerza de impacto que la onda expansiva habría llegado desde el
campo hasta la ciudad. La gente de nuestra capital, el principal y más grande
mercado de consumo, habría entendido mejor. Es sólo un pequeño ejemplo. No
estoy recriminando a nadie. Sólo quiero recordarles que entre más se consulta
menos se equivoca uno.
Ustedes habrán observado que una característica de mi
naturaleza es la de hacer un esfuerzo por conocer a cada una de las personas
que trabaja conmigo. Todo jefe está obligado a conocer al subalterno y todo
subalterno a conocer al jefe. Esto presupone que el conocimiento y el respeto
es de dos vías. Cuando el que manda pierde la razón, el que obedece pierde el
respeto.
Ese no es el caso de nuestro proceso, pero quiero que
observen que yo acepto a la gente como es, no como quisiera que fuera. Trabajo
con sus componentes buenos y trato de disminuir los malos. Porque la tendencia
que existe de exagerar los componentes malos de las personas nos hace negativistas,
y ningún negativista puede ser dirigente.
Observen también que nunca me fijo en los detalles. Jamás he
visto una factura ni he firmado un cheque. Lo que yo hago es apuntar la línea
hacia el objetivo final, dejando que ustedes impongan la forma de llegar a él,
como también los objetivos inmediatos y sucesivos que conducen, paso a paso, al
objetivo final.
Esa es la diferencia que hay entre la estrategia, que debe
verse con las luces largas y la táctica, que debe hacerse con las luces bajas.
Hay que saber cambiar de las luces constantemente. Quien no usa las bajas, se
tropieza con los obstáculos inmediatos, y quien no usa las largas, no llega
nunca.
El estratega es el ingeniero, el arquitecto, el diseñador
que conforma un objetivo, una obra, un desarrollo. El táctico es el que, bloque
a bloque y tuerca a tuerca, va llevando y realizando la línea que le dio el
estratega. La táctica individual debe tener capacidad recursiva y una
imaginación libre para encontrar la solución al problema inmediato sin
necesidad de la consulta. Yo exijo resultados finales, no resultados parciales.
Ganen ustedes las batallas, yo quiero ganar la guerra.
He observado esa tendencia que hay en algunos atletas o
corredores que por estar viendo hacia atrás constantemente, llegan tarde o
pierden la dirección de la meta final. Quien se distrae viviendo del recuerdo
de triunfos pasados descuida el presente y fracasa en el futuro. No se
preocupen ustedes por lo que yo pueda pensar. Nunca le llamo la atención a
nadie, y si llego a hacerlo lo hago con ejemplos. No prescindo de un hombre
porque comete faltas. Prescindo de un hombre sólo cuando me ha demostrado que
tiene tal condición de malos componentes humanos que ya es incorregible.
Entonces lo olvido.
Otra cosa de la que debemos cuidarnos es la de no
encasillarnos. Nuestra obligación no es solamente la nuestra, sino también la
de los demás, la del equipo entero. Nuestra obligación es la de apoyar las tres
bases de nuestro proceso.
De aquí a varios años lo que se va a contabilizar y
calificar es la acción de todos, la del equipo conductor del proceso, no las
piezas que constituyen ese equipo. En ningún momento caigan en el error de
pensar que algunas de sus tareas o misiones son de poca importancia. Un modesto granito de arena, un solo
milímetro en la correcta dirección histórica, es un avance mil veces mayor que
un metro en la dirección opuesta a la de nuestro proceso, y un millón de veces
más significativo que un kilómetro recorrido en contra del objetivo final al
que apuntamos.
Tiro la línea, camino y los espero allá. Los objetivos
intermedios, y la forma de realizarlos, los determinan ustedes. Ellos deben de
conducir al país hacia el objetivo final. Allí los espero, en posición de firme
y con un patriótico saludo militar.
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