Volante No.8
LA CORRUPCIÓN
(Capítulo del libro EL DIPUTADO o la muerte del príncipe)
Panamá, 27 de febrero de 2004.
«Hemos aprendido a volar como
los pájaros,
y a nadar como los peces;
pero no hemos aprendido el
sencillo arte
de vivir como hermanos.»
Martin Luther King.
¿Será cierto que la corrupción
es inevitable y es parte integral de la sociedad desde sus inicios?
Su raíz proviene de la misma
naturaleza violenta y cruel con que se desarrollan los acontecimientos sociales
a partir de la primera división del trabajo; por cuanto se descubre la
agricultura, creándose, a través de ella, la riqueza. Debido a las limitaciones
de la producción para satisfacer las necesidades de la civilización en
expansión, y de la extrema ignorancia en que existía la humanidad, los
pueblos desarrollan el robo y la esclavitud como modelo de visión y de
comportamiento. En aquel entonces, no era posible entender la realidad de otra
forma.
En América, antes de llegar los
españoles, observamos esta diferencia. Las comunidades nómadas del norte, cuyo
modo de vida estaba vinculado a la recolección de frutas y a la caza, no
consideraban la esclavitud, ni el pillaje como parte del comportamiento normal.
Sin embargo, el los imperios Inca y Azteca, cuyos modos de producción
estaban basados en la agricultura, la esclavitud ya era parte integral de su
conducta social y se observan crueldades inimaginables, no registradas entre
las tribus nómadas. El arte de la guerra, para las tribus del norte, eran
fórmulas de defensa, donde todo hombre de la comunidad era también un guerrero,
su acción era de hordas de pobladores que se movilizaban masivamente y en
desorden. Sin embargo, los Incas y los Aztecas tenían organizaciones militares
claramente estructuradas y profesionalizadas. Y de igual forma que en otras
latitudes, a sangre y fuego impusieron sus costumbres.
Los colonizadores llegaron a
estas tierras a saquearlas, igual que en todos los tiempos; aún en nuestros
días. Como dijo Pablo Neruda, «se llevaron el oro y nos dejaron las palabras».
«Ave Cesar, los que vamos a
morir hoy, te saludamos» decían orgullosos los gladiadores, momentos antes de
enfrentarse en sangrientos combates. Mientras, en las graderías del Coliseo
Romano, las multitudes exaltadas gritaban y aplaudían, bestializadas. Poseer
esclavos o ser uno de ellos; asaltar una ciudad y despojarla de todas sus
riquezas, esclavizando a sus habitantes, era un procedimiento normal de unos y
otros.
En el Imperio Romano, los
«Libertos», allá por el año 300 d.C., se convirtieron en los administradores de
un vasto poder y terminaron dirigiéndolo. Logrando su auge económico y social,
a partir de la utilización de su autoridad, para usurpar los bienes del reino.
Nada distinto a lo que sus amos, los romanos, hacían con el resto de los
pueblos dominados por ellos. Esta realidad depredadora no ha variado hasta
nuestros días. Va adquiriendo nuevas formas en cada época; en la medida en que
la mayoría de la población logra conquistar mayores libertades, se hace más
sofisticado.
Hoy, las relaciones comerciales
entre los Estados distan mucho de ser procesos de intercambios equilibrados. La
imposición, el chantaje, el soborno, con leyes internacionales que benefician a
determinados sectores de la economía y de las naciones en detrimento de las
otras, están a la orden del día. Los beneficios de unos son la miseria de los
otros.
La «corrupción» siempre ha
estado vinculada a los sectores enquistados en el poder. Su propagación hacia
la base de la sociedad es su consecuencia.
La sobreabundancia.
Una de las causa del
decaimiento de «las buenas costumbres» o «buen sentido común» y de la
propagación de la corrupción hacia la base de la sociedad, es la sobreabundancia.
Razón esta que determinó, en la antigüedad, la caída de las dinastías y el
surgimiento de nuevas familias en los poderes reales y en la actualidad la
pérdida de las fortunas de las familias empresariales. La sobreabundancia
inhibe el deseo de superación de los herederos e incentiva la exacerbación de
la vida mundana y superflua; anulando, de esta forma, la fuerza del espíritu,
dando cobertura al desarrollo de las apetencias hormonales e instintivas sin
control.
La gran masa de la población
que siempre ha estado muy lejos de ese reparto y que es la que produce esa
riqueza, se sensibiliza ante tal abundancia acumulada por un sector
minoritario, que adquiere conciencia de su circunstancia de yunque, de
usurpación de su esfuerzo y se revela ante ella de múltiples formas. Los
esclavos, en Roma, rompían las herramientas, se ahorcaban, asesinaban a sus
hijos, se levantaban en rebeldía, haciendo improductivo el sistema. La caída de
la esclavitud como factor determinante en el mundo, no vino de mano de los
esclavos, pero si de sus parientes, los bárbaros; su éxito, el de las tribus,
no tiene nada que ver con su fortaleza, más si con la increíble debilidad que
el imperio había adquirido dado que los esclavos no producían y la población
romana había debilitado su carácter debido a las consecuencias de la opulencia
desenfrenada.
En el caso de la Revolución Francesa,
la caída del feudalismo, si llego de las manos de los excluidos; no obstante,
igual que en Roma, su caída no tenía nada que ver con la fortaleza adquirida
por la burguesía, más si por la sorprendente debilidad moral de la aristocracia
feudal, sin capacidad de decisión y de acción producidas por la
sobreabundancia. Para esos días, en momentos sumamente críticos para la
revolución, en un discurso, Dalton expresaba que lo que los revolucionarios
necesitaban era “audacia, audacia, y nuevamente más audacia”; entendiendo
nosotros, que lo que quiso decir Dalton es que ante la falta de recursos, era
la voluntad humana la única que podría darles la ventaja.
Actualmente, la población
masivamente es consciente de las extraordinarias fortunas acumuladas, en contraposición
con su enorme miseria; percibe el grado de podredumbre en todos los planos. Esa
consciencia no existía hace tan solo 50 años, por lo que se rebela. Las
pandillas, la creciente delincuencia, las mafias, la búsqueda desaforada de
fortunas no importando que vía se use, incluso el factor de desmoronamiento de
las costumbres, presentando como válido la corrupción, son variantes en que se
manifiesta esa rebeldía. Cuando las fuerzas morales, que se fortalecen día a
día, asuman su papel, barrerán, sin ninguna dificultad, todo vestigio del viejo
sistema, tal cual cae una papaya muy madura desbaratándose en su impacto
natural. En este libro, en el capítulo Futuro, en el artículo “pasado y futuro
de la crisis inmobiliaria”, hace un síntesis de este fenómeno. E igual que en
la película Matrix, nuevamente será “inevitable” y sus sepultureros actuaremos
porque lo hemos “elegido”.
Una expresión refinada
Sin embargo, la corrupción
actual, que es la expresión refinada de una sociedad basada en el robo, se
amplia en grados preocupantes; diseminada por el mundo, destruyendo los valores
éticos, morales, culturales; haciendo de ésta, una de esas épocas de
desequilibrio extremo.
¿Cómo no será así, si un
candidato a legislador en Panamá, que aspire a ganar, se gasta
fácilmente doscientos cincuenta mil dólares y en muchos casos más? Su salario
de cinco años, que es el período por el cual sería escogido, es de
cuatrocientos veinte mil dólares bruto. En Nueva York, Estados Unidos de
Norteamérica, una campaña a legislador (Senador) cuesta sesenta millones de
dólares; siendo las cifras para los candidatos a Presidente astronómicas; con
un nivel de riesgo del 95%. ¿Y cómo no será así, si el salario mínimo, en
Panamá, está en doscientos sesenta dólares, mientras la canasta básica
familiar es de trescientos cincuenta, con un nivel de desempleo del 18%
(cifras 2004)? Es evidente que en estas circunstancias, es obvio que el
diputado o el presidente va a su curul con sangre en los ojos, su preocupación
principal es sobre que va ha hacer para recuperar su inversión. Y la
población en general, su preocupación es la de que va hacer para nivelar el
déficit familiar, aunque eso implique negociar con el diablo.
No obstante, siempre ha habido
y habrá una lucha entre los pequeños grupos que ostentan el poder y sus
amanuenses, únicos realmente beneficiados por el robo y la corrupción, y los
grandes sectores de la población, cuyos valores de solidaridad, trabajo y
dignidad humana se fortalecen ante la realidad de falta de oportunidades, cuya
única alternativa de esperanza es la democratización creciente de las
instancias de poder y la transparencia en el manejo de la cosa pública.
Épocas.
Este génesis oprobioso, ha ido
involucionando en la medida que hemos ido evolucionando. Hay épocas de enorme
desarrollo humano contra otras que son de profundo hundimiento en el lodazal
del desorden. El principal motivo está dado en la medida que las leyes no
mantienen una coherencia con la realidad actuante y cambiante. Podemos
observar esta situación con el surgimiento del arado de hierro arrastrado por
bueyes, hecho este que más que hacer crecer al imperio romano, lo hundió. Al
haber una sobreabundancia, las leyes no pasaron a resolver el entendimiento con
los esclavos, los que adquieren consciencia de su circunstancia. Previo a esta
realidad, la sociedad romana, último eslabón del esclavismo global, logra el
más alto nivel de desarrollo en todas las áreas del conocimiento humano.
Esto se explica por el motivo,
ya expuesto, que luego de un proceso de crecimiento masivo, se supone que las
leyes y los documentos que norma la sociedad deben actualizarse para ajustarse
a ese abrupto cambio; hay un desarrollo de los medios de producción y no así
las leyes que lo administran. Creándose una crisis insalvable que afecta
dramáticamente todos los vínculos que mantienen unida a la sociedad,
sumergiéndola en el más profundo lodazal, es tal, que muchos observadores
podrían creer que el mundo se está acabando o que no hay ninguna salida
saludable. Siempre de las entrañas de la destrucción surgen las fuerzas que
recomponen las relaciones, ordenando las leyes necesarias que equiparan ese
desarrollo abrupto.
Previo a la destrucción del
Imperio Romano, y con él, el sistema esclavista como globalidad, existió una
época de decadencia moral y ética de la población romana; decadencia esta que
es la que debilita el sistema, permitiendo que otras fuerzas puedan derrotarlo.
Los Libertos (extranjeros, esclavos liberados) fueron demostrando una calidad
que sus amos no poseían; controlando, al final, el imperio. Esto mismo está
sucediendo, inevitable, en la sociedad norteamericana y el resto de los países
capitalistas.
Esta fue una de las razones por
la que Constantino decidió trasladar la capital del imperio de Roma a Bizancio,
en el 330 D.C. y llamarla desde entonces Constantinopla (actual Estambul), en
busca de una renovación. En alguna medida, hizo lo correcto, ya que el imperio
bizantino duro mil años más, luego de la caída de Roma, en realidad lo que hizo
fue prolongar por un milenio, agónico, los resabios de la esclavitud; y que
luego Europa, en América con los africanos y los indígenas, siguió
prolongándolo otros cinco siglos. No obstante, ya no era el sistema hegemónico.
Este desmoronamiento
ético-moral, de igual forma sucedió antes del advenimiento de la Revolución
Francesa, provocada por el impacto causado en la calidad y cantidad de bienes
acumulados, que lleva a sus poseedores a buscar la vida fácil y licenciosa. La
sociedad feudal, en este período había alcanzado su más alto nivel de
desarrollo. Igual que en Roma, las lacras sociales crecían como ratas.
Con el descubrimiento y
aplicación de la máquina de vapor (1712); se crean las condiciones materiales
para que la burguesía, que viene tratando de ser poder desde la guerra de los
40 años, liderizada por Lutero (siglo 15), se encuentre con una aristocracia
feudal sin iniciativa, sin capacidad de respuesta rápida ni creativa. Esa es la
razón por la que es barrida en tan poco tiempo. Razones estas que son
inevitables. Después del tratado de Fontainebleau de 1814 y luego la batalla de
Waterloo en 1815, ya nada fue igual en el mundo, los Parlamentos y las
Constituciones se volvieron la forma normal de funcionamiento en la sociedad;
la iglesia y la aristocracia feudal, sobreviviente, se adaptó a la nueva era, a
las nuevas leyes y a las nuevas relaciones sociales creadas por la revolución.
Ejemplo nacional de
transformación revolucionaria.
En Panamá (2011), la situación
de corrupción desenfrenada que vemos, tanto en el robo de los bienes públicos
como de la ruptura de la institucionalización e independencia de los poderes
legislativos y judiciales, asume características parecidas -en muchos sentidos-
a la realidad existente durante los meses antes del golpe de Estado de 1968. El
desorden administrativo y político era de tal magnitud, que en un momento dado
existieron dos Presidentes de la República. Los malos manejos de los fondos
públicos, los negociados, estaban a la orden del día. Tanto hoy como entonces,
este fenómeno de deterioro estructural ha corroído a las grandes masas, siendo
la consecuencia, donde ellas ven esta realidad de existencia, en medio de la
podredumbre y sus olores nauseabundos, como algo natural. Situación esta
que pareciera no tener final. Sin embargo el General Torrijos logró, en aquel
entonces, recomponer la confianza en el trabajo honesto y la esperanza
colectiva, a partir del ejemplo personificado de la responsabilidad y la
firmeza, recogiendo en su entorno a las masas excluidas y que venían desde hace
algunas décadas luchando por cambios y que además llegaron al convencimiento
que el reparto de la corrupción es para un grupo muy reducido, quedando siempre
la mayoría, huérfana.
Esto permitió que los 10 años
de Proceso Revolucionario (1968-1970) fueran una época de transformación
efectiva de nuestra nación. La moral, la dignidad y el respeto se convirtieron
en el comportamiento normal de los gobernantes y sus ayudantes; la corrupción
pasó a funcionar entre bastidores, como debe ser (un Ministro de Obras
Públicas, en aquel entonces, quedó preso ipso-facto por un escándalo en el
manejo amañado de una licitación pública).
Al morir el General Torrijos
(1981), igual que Belisario Porras (1942), no era ni un hacendado, ni mucho
menos un próspero empresario. Él era el ejemplo, la responsabilidad y es
asesinado en su firmeza seguro de sus palabras y sus hechos.
Luego, desde las cloacas
repugnantes, conspiraron, una y otra vez, embarrando, poco a poco, el poder
gubernamental. Convirtiéndolo, nuevamente, en lo que hoy es: una realidad
«corrupta», putrefacta, que despide sus hedores en libertad de opinión y
presentando sus actos como si fuera lo más correcto y normal del mundo.
Martín Torrijos ha hablado
claro al decir que (2004) «En mi gobierno los maleantes perderán el derecho a
visitar la Presidencia»; y en otra ocasión dijo, refiriéndose a los que
invertimos en la campaña, que «no piensen que van a cobrar ese dinero con
prebendas y privilegios». Y agregaría: se invirtió para trabajar por el futuro,
se invirtió para que nuestros padres se sientan orgullosos de que nuestro
esfuerzo está al nivel y grado del sacrifico que ellos realizaron por nosotros.
Otro punto de vista.
Desde otro punto de vista, la
corrupción es el producto de una sociedad en donde los vínculos de
transferencia históricos están rotos, en busca de los nuevos. Como consecuencia
se multiplica una población emergente, caracterizada por dos tendencias
claramente definidas. La primera es la añoranza y búsqueda de esos vínculos y
su aplicación en la vida citadina.
La segunda tendencia es
producida por la necesidad humana de sobrevivencia, que induce a aprovechar
cualquier oportunidad para resolver los acuciantes problemas, que agobian tanto
al individuo como a su familia; una población ilusionada con los sueños de
opios de riquezas, príncipes, sirvientes, lujos desenfrenados, productos del
reflejo que reciben de la clase dominante que en su sobreabundancia emiten
intensamente. De esta forma encontramos, como algo común, a una persona que les
exige a sus hijos una conducta moral intachable, pero que delante de ellos
compra un determinado bien a costo ridículos y que es, evidentemente robado. De
igual forma les exigen reciprocidad y solidaridad, sin embargo permiten que
crezcan sin saber qué y cómo es el «trabajo», único sendero por donde se
aprenden estos valores. Este tema está expuesto con profundidad en el libro
“Los Ritos de la Vida y los mitos de la felicidad”.
Y vemos que los medios de
comunicación (TV, radio, diarios, revistas) que son las nuevas iglesias,
fortalecen una cultura emergente, sin contenido, sin lógica, sin raíces, sin
buen sentido popular. Aislando a la población del análisis certero, de la
lógica contundente, del razonamiento de
los conceptos,
en fin, de los valores humanos necesarios para que el «homo sapiens» sobreviva
en esta nueva realidad, que solo podrá ser posible por la conducción
inteligente de la sociedad y no de la fuerza bruta.
Estos
factores, aliados a la falta de verdaderos líderes, incentivan y fortalecen la
disolución de los valores éticos y morales, en circunstancias en donde se hace
casi imposible su control; ya que los mismos dependen de un electorado acostumbrado,
cada día más, a las «ventajas» que permite el libertinaje; factor éste
estimulado por las facultades hormonales. La promoción de esta forma de vida
amoral, exacerbada durante los periodos electorales, es patrocinada por las
fuerzas que representan el ancla social; de la misma manera en que sucedía en
la Roma de hace dos mil años o en la monarquía feudal francesa y las europeas
de hace doscientos cincuenta años; previo a la destrucción del imperio
esclavista o a la revolución industrial respectivamente.
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