Del libro El Diputado o la muerte del príncipe
LA CORRUPCIÓN
en su contexto histórico
en su contexto histórico
«Hemos aprendido a volar como los pájaros,
y a nadar como los peces;
pero no hemos aprendido el sencillo arte
de vivir como hermanos.»
Martin Luther King.
¿Será cierto que la corrupción es inevitable y es parte integral de la sociedad desde sus inicios?
Su raíz proviene de la misma naturaleza violenta y cruel con que se desarrollan los acontecimientos sociales a partir de la primera división del trabajo; por cuanto se descubre la agricultura, creándose, a través de ella, la riqueza. Debido a las limitaciones de la producción para satisfacer las necesidades de la civilización en expansión, y de la extrema ignorancia en que existía la humanidad, los pueblos desarrollan el robo y la esclavitud como modelo de visión y de comportamiento. En aquel entonces, no era posible entender la realidad de otra forma.
En América, antes de llegar los españoles, observamos esta diferencia. Las comunidades nómadas del norte, cuyo modo de vida estaba vinculado a la recolección de frutas y a la caza, no consideraban la esclavitud, ni el pillaje como parte del comportamiento normal. Sin embargo, el los imperios Inca y Azteca, cuyos modos de producción estaban basados en la agricultura, la esclavitud ya era parte integral de su conducta social y se observan crueldades inimaginables, no registradas entre las tribus nómadas. El arte de la guerra, para las tribus del norte, eran fórmulas de defensa, donde todo hombre de la comunidad era también un guerrero, su acción era de hordas de pobladores que se movilizaban masívamente y en desorden. Sin embargo, los Incas y los Aztecas tenían organizaciones militares claramente estructuradas y profesionalizadas. Y de igual forma que en otras latitudes, a sangre y fuego impusieron sus costumbres.
Los colonizadores llegaron a estas tierras a saquearlas, igual que en todos los tiempos; aún en nuestros días. Como dijo Pablo Neruda, «se llevaron el oro y nos dejaron las palabras».
«Ave Cesar, los que vamos a morir hoy, te saludamos» decían orgullosos los gladiadores, momentos antes de enfrentarse en sangrientos combates. Mientras, en las graderías del Coliseo Romano, las multitudes exaltadas gritaban y aplaudían, bestializadas. Poseer esclavos o ser uno de ellos; asaltar una ciudad y despojarla de todas sus riquezas, esclavizando a sus habitantes, era un procedimiento normal de unos y otros.
En el Imperio Romano, los «Libertos», allá por el año 300 d.C., se convirtieron en los administradores de un vasto poder y terminaron dirigiéndolo. Logrando su auge económico y social, a partir de la utilización de su autoridad, para usurpar los bienes del reino. Nada distinto a lo que sus amos, los romanos, hacían con el resto de los pueblos dominados por ellos.
Esta realidad depredadora no ha variado hasta nuestros días. Va adquiriendo nuevas formas en cada época; en la medida en que la mayoría de la población logra conquistar mayores libertades, se hace más sofisticado.
Hoy, las relaciones comerciales entre los Estados distan mucho de ser procesos de intercambios equilibrados. La imposición, el chantaje, el soborno, con leyes internacionales que benefician a determinados sectores de la economía y de las naciones en detrimento de las otras, están a la orden del día. Los beneficios de unos son la miseria de los otros.
La «corrupción» siempre ha estado vinculada a los sectores enquistados en el poder. Su propagación hacia la base de la sociedad es su consecuencia.
La sobreabundancia
Una de las causa del decaimiento de «las buenas costumbres» o «buen sentido común» y de la propagación de la corrupción hacia la base de la sociedad, es la sobreabundancia. Razón esta que determinó, en la antigüedad, la caída de las dinastías y el surgimiento de nuevas familias en los poderes reales y en la actualidad la pérdida de las fortunas de las familias empresariales. La sobreabundancia inhibe el deseo de superación de los herederos e incentiva la exacerbación de la vida mundana y superflua; anulando, de esta forma, la fuerza del espíritu, dando cobertura al desarrollo de las apetencias hormonales e instintivas sin control.
La gran masa de la población que siempre ha estado muy lejos de ese reparto y que es la que produce esa riqueza, se sensibiliza ante tal abundancia acumulada por un sector minoritario, que adquiere conciencia de su circunstancia de yunque, de usurpación de su esfuerzo y se revela ante ella de múltiples formas. Los esclavos, en Roma, rompían las herramientas, se ahorcaban, asesinaban a sus hijos, se levantaban en rebeldía, haciendo improductivo el sistema. La caída de la esclavitud como factor determinante en el mundo, no vino de mano de los esclavos, pero si de sus parientes, los bárbaros; su éxito, el de las tribus, no tiene nada que ver con su fortaleza, mas si con la increíble debilidad que el imperio había adquirido dado que los esclavos no producían y la población romana había debilitado su carácter debido a las consecuencias de la opulencia desenfrenada.
En el caso de la Revolución Francesa, la caída del feudalismo, si llego de las manos de los excluidos; no obstante, igual que en Roma, su caída no tenía nada que ver con la fortaleza adquirida por la burguesía, más si por la sorprendente debilidad moral de la aristocracia feudal, sin capacidad de decisión y de acción producidas por la sobreabundancia. Para esos días, en momentos sumamente críticos para la revolución, en un discurso, Dalton expresaba que lo que los revolucionarios necesitaban era “audacia, audacia, y nuevamente más audacia”; entendiendo nosotros, que lo que quiso decir Dalton es que ante la falta de recursos, era la voluntad humana la única que podría darles la ventaja.
Actualmente, la población masívamente es consciente de las extraordinarias fortunas acumuladas, en contraposición con su enorme miseria; percibe el grado de podredumbre en todos los planos. Esa consciencia no existía hace tan solo 50 años, por lo que se rebela. Las pandillas, la creciente delincuencia, las mafias, la búsqueda desaforada de fortunas no importando que vía se use, incluso el factor de desmoronamiento de las costumbres, presentando como válido la corrupción, son variantes en que se manifiesta esa rebeldía.
Cuando las fuerzas morales, que se fortalecen día a día, asuman su papel, barrerán, sin ninguna dificultad, todo vestigio del viejo sistema, tal cual cae una papaya muy madura desbaratándose en su impacto natural. En el libro Es Inevitable se hace un síntesis de este fenómeno. E igual que en la película Matrix, nuevamente será “inevitable” y sus sepultureros actuaremos porque lo hemos “elegido”.
Una expresión refinada
Sin embargo, la corrupción actual, que es la expresión refinada de una sociedad basada en el robo, se amplia en grados preocupantes; diseminada por el mundo, destruyendo los valores éticos, morales, culturales; haciendo de ésta, una de esas épocas de desequilibrio extremo.
¿Cómo no será así, si un candidato a legislador en Panamá, que aspire a ganar, se gasta fácilmente doscientos cincuenta mil dólares y en muchos casos más? Su salario de cinco años, que es el período por el cual sería escogido, es de cuatrocientos veinte mil dólares bruto. En Nueva York, Estados Unidos de Norteamérica, una campaña a legislador (Senador) cuesta sesenta millones de dólares; siendo las cifras para los candidatos a Presidente astronómicas; con un nivel de riesgo del 95%. ¿Y cómo no será así, si el salario mínimo, en Panamá, está en doscientos sesenta dólares, mientras la canasta básica familiar es de trescientos cincuenta, con un nivel de desempleo del 18% (cifras 2004)? Es evidente que en estas circunstancias, es obvio que el diputado o el presidente va a su curul con sangre en los ojos, su preocupación principal es sobre que va ha hacer para recuperar su inversión. Y la población en general, su preocupación es la de que va hacer para nivelar el déficit familiar, aunque eso implique negociar con el diablo.
No obstante, siempre ha habido y habrá una lucha entre los pequeños grupos que ostentan el poder y sus amanuenses, únicos realmente beneficiados por el robo y la corrupción, y los grandes sectores de la población, cuyos valores de solidaridad, trabajo y dignidad humana se fortalecen ante la realidad de falta de oportunidades, cuya única alternativa de esperanza es la democratización creciente de las instancias de poder y la transparencia en el manejo de la cosa pública.
Épocas.
Este génesis oprobioso, ha ido involucionando en la medida que hemos ido evolucionando. Hay épocas de enorme desarrollo humano contra otras que son de profundo hundimiento en el lodazal del desorden. El principal motivo está dado en la medida que las leyes no mantienen una coherencia con la realidad actuante y cambiante. Podemos observar esta situación con el surgimiento del arado de hierro arrastrado por bueyes, hecho este que más que hacer crecer al imperio romano, lo hundió. Al haber una sobreabundancia, las leyes no pasaron a resolver el entendimiento con los esclavos, los que adquieren consciencia de su circunstancia. Previo a esta realidad, la sociedad romana, último eslabón del esclavismo global, logra el más alto nivel de desarrollo en todas las áreas del conocimiento humano.
Esto se explica por el motivo, ya expuesto, que luego de un proceso de crecimiento masivo, se supone que las leyes y los documentos que norman la sociedad deben actualizarse para ajustarse a ese abrupto cambio; hay un desarrollo de los medios de producción y no así las leyes que lo administran.
Creándose una crisis insalvable que afecta dramáticamente todos los vínculos que mantienen unida a la sociedad, sumergiéndola en el más profundo lodazal, es tal, que muchos observadores podrían creer que el mundo se está acabando o que no hay ninguna salida saludable. Siempre de las entrañas de la destrucción surgen las fuerzas que recomponen las relaciones, ordenando las leyes necesarias que equiparan ese desarrollo abrupto.
Previo a la destrucción del Imperio Romano, y con él, el sistema esclavista como glabalidad, existió una época de decadencia moral y ética de la población romana; decadencia esta que es la que debilita el sistema, permitiendo que otras fuerzas puedan derrotarlo. Los Libertos (extranjeros, esclavos liberados) fueron demostrando una calidad que sus amos no poseían; controlando, al final, el imperio. Esto mismo está sucediendo, inevitable, en la sociedad norteamericana y el resto de los países capitalistas.
Esta fue una de las razones por la que Constantino decidió trasladar la capital del imperio de Roma a Bizancio, en el 330 D.C. y llamarla desde entonces Constantinopla (actual Estambul), en busca de una renovación. En alguna medida, hizo lo correcto, ya que el imperio bizantino duro mil años más, luego de la caída de Roma, en realidad lo que hizo fue prolongar por un milenio, agónico, los resabios de la esclavitud; y que luego Europa, en América con los africanos y los indígenas, siguió prolongándolo otros cinco siglos. No obstante, ya no era el sistema hegemónico.
Este desmoronamiento ético-moral, de igual forma sucedió antes del advenimiento de la Revolución Francesa, provocada por el impacto causado en la calidad y cantidad de bienes acumulados, que lleva a sus poseedores a buscar la vida fácil y licenciosa. La sociedad feudal, en este período había alcanzado su más alto nivel de desarrollo. Igual que en Roma, las lacras sociales crecían como ratas.
Con el descubrimiento y aplicación de la máquina de vapor (1712); se crean las condiciones materiales para que la burguesía, que viene tratando de ser poder desde la guerra de los 40 años, liderizada por Lutero (siglo 15), se encuentre con una aristocracia feudal sin iniciativa, sin capacidad de respuesta rápida ni creativa. Esa es la razón por la que es barrida en tan poco tiempo. Razones estas que son inevitables. Después del tratado de Fontainebleau de 1814 y luego la batalla de Waterloo en 1915, ya nada fue igual en el mundo, los Parlamentos y las Constituciones se volvieron la forma normal de funcionamiento en la sociedad; la iglesia y la aristocracia feudal, sobreviviente, se adaptó a la nueva era, a las nuevas leyes y a las nuevas relaciones sociales creadas por la revolución.
Ejemplo nacional de transformación revolucionaria
En Panamá (2011), la situación de corrupción desenfrenada que vemos, tanto en el robo de los bienes públicos como de la ruptura de la institucionalización e independencia de los poderes legislativos y judiciales, asume características parecidas -en muchos sentidos- a la realidad existente durante los meses antes del golpe de Estado de 1968. El desorden administrativo y político era de tal magnitud, que en un momento dado existieron dos Presidentes de la República. Los malos manejos de los fondos públicos, los negociados, estaban a la orden del día. Tanto hoy como entonces, este fenómeno de deterioro estructural ha corroído a las grandes masas, siendo la consecuencia, donde ellas ven esta realidad de existencia, en medio de la podredumbre y sus olores nauseabundos, como algo natural. Situación esta que pareciera no tener final. Sin embargo el General Torrijos logró, en aquel entonces, recomponer la confianza en el trabajo honesto y la esperanza colectiva, a partir del ejemplo personificado de la responsabilidad y la firmeza, recogiendo en su entorno a las masas excluidas y que venían desde hace algunas décadas luchando por cambios y que además llegaron al convencimiento que el reparto de la corrupción es para un grupo muy reducido, quedando siempre la mayoría, huérfana.
Esto permitió que los 10 años de Proceso Revolucionario (1968-1970) fueran una época de transformación efectiva de nuestra nación. La moral, la dignidad y el respeto se convirtieron en el comportamiento normal de los gobernantes y sus ayudantes; la corrupción pasó a funcionar entre bastidores, como debe ser (un Ministro de Obras Públicas, en aquel entonces, quedó preso ipso-facto por un escándalo en el manejo amañado de una licitación pública).
Al morir el General Torrijos (1981), igual que Belisario Porras (1942), no era ni un hacendado, ni mucho menos un prospero empresario. Él era el ejemplo, la responsabilidad y es asesinado en su firmeza seguro de sus palabras y sus hechos.
Luego, desde las cloacas repugnantes, conspiraron, una y otra vez, embarrando, poco a poco, el poder gubernamental. Convirtiéndolo, nuevamente, en lo que hoy es: una realidad «corrupta», putrefacta, que despide sus hedores en libertad de opinión y presentando sus actos como si fuera lo más correcto y normal del mundo.
Martín Torrijos ha hablado claro al decir que (2004) «En mi gobierno los maleantes perderán el derecho a visitar la Presidencia»; y en otra ocasión dijo, refiriéndose a los que invertimos en la campaña, que «no piensen que van a cobrar ese dinero con prebendas y privilegios». Y agregaría: se invirtió para trabajar por el futuro, se invirtió para que nuestros padres se sientan orgullosos de que nuestro esfuerzo esta al nivel y grado del sacrifico que ellos realizaron por nosotros.
Otro punto de vista
Desde otro punto de vista, la corrupción es el producto de una sociedad en donde los vínculos de transferencia históricos están rotos, en busca de los nuevos. Como consecuencia se multiplica una población emergente, caracterizada por dos tendencias claramente definidas. La primera es la añoranza y búsqueda de esos vínculos y su aplicación en la vida citadina.
La segunda tendencia es producida por la necesidad humana de sobrevivencia, que induce a aprovechar cualquier oportunidad para resolver los acuciantes problemas, que agobian tanto al individuo como a su familia; una población ilusionada con los sueños de opios de riquezas, príncipes, sirvientes, lujos desenfrenados, productos del reflejo que reciben de la clase dominante que en su sobreabundancia emiten intensamente. De esta forma encontramos, como algo común, a una persona que les exige a sus hijos una conducta moral intachable, pero que delante de ellos compra un determinado bien a costo ridículos y que es, evidentemente robado. De igual forma les exigen reciprocidad y solidaridad, sin embargo permiten que crezcan sin saber qué y cómo es el «trabajo», único sendero por donde se aprenden estos valores. Este tema está expuesto con profundidad en el libro “Los Ritos de la Vida y los mitos de la felicidad”.
Y vemos que los medios de comunicación (TV, radio, diarios, revistas) que son las nuevas iglesias, fortalecen una cultura emergente, sin contenido, sin lógica, sin raíces, sin buen sentido popular. Aislando a la población del análisis certero, de la lógica contundente, del razonamiento de
los conceptos, en fin, de los valores humanos necesarios para que el «homo sapiens» sobreviva en esta nueva realidad, que solo podrá ser posible por la conducción inteligente de la sociedad y no de la fuerza bruta.
Estos factores, aliados a la falta de verdaderos líderes, incentivan y fortalecen la disolución de los valores éticos y morales, en circunstancias en donde se hace casi imposible su control; ya que los mismos dependen de un electorado acostumbrado, cada día más, a las «ventajas» que permite el libertinaje; factor éste estimulado por las facultades hormonales. La promoción de esta forma de vida amoral, exacerbada durante los periodos electorales, es patrocinada por las fuerzas que representan el ancla social; de la misma manera en que sucedía en la Roma de hace dos mil años o en la monarquía feudal francesa y las europeas de hace doscientos cincuenta años; previo a la destrucción del imperio esclavista o a la revolución industrial respectivamente.
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