Página 12
EL FRENTE EVANGELICO PARLAMENTAR ES LA
SEGUNDA MAYOR BANCADA DEL CONGRESO BRASILEÑO Y EL ALIADO QUE TODOS BUSCAN PARA
GOBERNAR
(cortesía de Nils Castro)
En Brasil el precio de la fe se paga con poder político
El poder económico de los evangélicos
alimenta su capacidad de movilizar fieles y, en consecuencia, su poder
político.
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
La alianza entre fe, dinero y poder existe
desde siempre, por supuesto. Al fin y al cabo, en muy tempranas eras quedó claro
que explotar a los desvalidos, desesperados y miserables es seguro y rentable.
Tanto es así que la Iglesia Católica sentó los precedentes en materia de
enriquecerse a través de la fe. Los nuevos evangélicos, sin embargo, supieron
ser más ágiles y seductores, y en las últimas tres o cuatro décadas rápidamente
se llenaron de dinero y también de poder político.
Hoy día, son ambicionados por todos los
partidos brasileños en búsqueda de alianzas. El Frente Evangélico Parlamentar es
la segunda mayor bancada en el Congreso brasileño, superada solamente por la de
los ruralistas, que defienden –con la frecuente adhesión de los evangélicos– los
intereses del agronegocio.
Entre las muchas sectas, una merece ser
destacada. Basta con recordar que la más actuante y lucrativa multinacional
brasileña no es la estatal Petrobras, ni la minera Vale, y menos aún el Banco
Itaú. Es la Iglesia Universal del Reino de Dios, una secta pentecostal creada en
un garaje de suburbio en Río de Janeiro por un antiguo funcionario de los
correos llamado Edir Macedo, que en 1977 se autotituló obispo.
A propósito: conviene recordar que en
Brasil es muy fácil conquistar ese título. Hay cursos por correspondencia y un
diploma de pastor vale como 250 dólares. El de obispo es más caro, unos 400
dólares, pero el retorno es seguro y rápido.
Las leyes brasileñas aseguran exención de
impuestos, y la libertad de culto está asegurada por la Constitución. Basta con
registrar una iglesia para empezar a gozar de los beneficios constitucionales.
Fue lo que hizo Edir Macedo hace 36 años, cuando creó lo que hoy es un gigante
en el comercio de la fe.
Su secta está presente en Argentina y Costa
Rica, en Panamá y México, en Uruguay y Colombia, en Ecuador y Puerto Rico, en
Portugal e Inglaterra, en Angola y Mozambique, en Estados Unidos y en Japón, en
India y Rusia. En total, la Universal del Reino de Dios actúa en más países que
la cadena McDonald’s.
En Brasil, además de cinco mil templos, es
dueña de la segunda mayor red nacional de televisión, controla cinco grandes
diarios de provincias, tiene más de 80 emisoras de radio que cubren 75 por
ciento del territorio nacional, una agencia de turismo, otra de publicidad, otra
de taxis aéreos y un sinfín de empresas. Todo eso gracias a las contribuciones
de los fieles.
La Universal del Reino de Dios es un fenómeno, pero no es el único. Más y más
iglesias pentecostales brotan a cada semana como hongos después de la
lluvia.
El poder económico de los evangélicos
alimenta su capacidad de movilizar fieles y, en consecuencia, su poder político.
Marcelo Crivela, un sobrino de Edir Macedo igualmente autonombrado obispo,
obtuvo como dádiva el Ministerio de la Pesca en el gobierno de Dilma Rousseff.
Jamás vio un pescado crudo en la vida, pero ganó la cartera gracias a que su
partido aceptó integrar la alianza de respaldo a la presidenta.
En el Congreso, la bancada cuenta con 68
diputados y tres senadores. Entre ramos tradicionales y sectas nacidas de la
nada, la Asamblea de Dios tiene 22 parlamentarios, la Iglesia Bautista once, la
Presbiteriana ocho, la Universal con siete, y las demás reúnen otros veinte
escaños. Son neopentecostales el líder del PMDB, mayor partido brasileño y
principal aliado del PT, en la Cámara de Diputados, y los ultraconservadores
evangélicos se muestran especialmente activos en las comisiones
parlamentarias.
Una de ellas, la de Derechos Humanos, está
presidida, gracias a la desidia de los demás aliados, por el pastor Marcos
Feliciano, del PSC, partido vinculado con la Asamblea de Dios. Feliciano es un
fundamentalista rabioso, que enfrenta procesos judiciales por racismo y
homofobia. Peor: de los 18 miembros de la comisión que trata temas como el
derecho al aborto, al casamiento entre personas del mismo sexo, la ley de
prostitución o la defensa de los homosexuales, 14 son evangélicos
ultraconservadores.
La tendencia nítida es que el poder
económico de las sectas evangélicas se fortalezca y que, al mismo tiempo,
aumente su actuación como grupo de presión social y, por lo tanto, de fuerza
política. De los 42 millones de fieles brasileños, la inmensa mayoría pertenece
a las clases sociales más bajas, que ahora son llamadas emergentes gracias a los
programas de inclusión llevados a cabo primero por Lula y ahora consolidados por
Dilma Rousseff. Grandes industrias concentran sus atenciones en ese segmento, y
se asesoran con líderes religiosos para lanzar productos direccionados
especialmente para los evangélicos. De celulares a computadoras, de jabón de
tocador a publicaciones, los fabricantes buscan presentar productos
diferenciados para atraer a esa inmensa clientela.
En la política, es más fácil. Lo que
quieren los evangélicos es lo mismo que los demás: poder, espacio. Y, por lo
visto, son cada vez más exitosos en sus afanes.
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