Discurso del General
Omar Torrijos Herrera
en la Universidad de Buenos Aires, Argentina,
al recibir
el título de Doctor Honoris Causa
11 de enero de 1974.
Este aplauso, este diploma, este escenario, este
recibimiento que nos ha hecho el pueblo argentino nos llena el tanque de
combustible para arrancar nuevamente la máquina de cambios. Conversando con el
General Perón me di cuenta que es un idealista; él adora su pueblo. Todo
gobernante para que sea aceptado por su pueblo tiene que ser esencialmente
humano; a todo gobernante idealista lo mueve sólo el cariño ¿a quién? Al
hombre, a su Patria, y a su Pueblo.
Yo converso mucho con mi pueblo y aprendo mucho de él. En
estos días conversando con eruditos (de esos a los que su erudición ha llegado
a tal extremo que se han sindicalizado y han organizado una asociación de
bombos mutuos: ‘‘Tú me alabas a mí, yo te alabo a ti’’), les pedí por favor que
en Panamá no hiciéramos más códigos; vamos a ver cómo rompemos ese vocabulario
de “código” y ver si podemos llamarles “normas de pacífica convivencia”. Un
código administrativo que estamos haciendo señala el comportamiento y las
sanciones a que cada ciudadano se somete cuando comete una falta.
Yo explicaba que un gobernante está más cerca de su pueblo
en la proporción en que ese pueblo lo entiende más. La ley es más justa
mientras más cerca está del hombre; y les explicaba que acababa de venir de una
gira por la zona indígena, en donde mi presencia había sido reclamada por el
Director Provincial de Educación a fin de que fuese a estudiar lo que estaba
haciendo un tal Lorenzo Rodríguez, pero como nunca quiero ser militar
represivo, fui primero a ver quién era Lorenzo Rodríguez, y qué estaba haciendo
este señor, que en donde el Gobierno ponía una escuela, él ponía otra, en la
cual se estaba propalando la ignorancia; porque el supuesto maestro que él
ponía era un analfabeto. - ¿Qué solución sugiere usted? - pregunté al
funcionario - “¿Que agarre a Lorenzo y lo meta en la cárcel?” - Entonces le
dije: “Pero qué equivocado está usted, señor, creyendo que la cárcel y las
balas pueden acabar con un movimiento místico. Eso es falso. El que cree que la
cárcel y las balas acaban con la mística, con un movimiento místico, está
ubicado en el siglo pasado, está ubicado muchos calendarios atrás”.
Hablando con Lorenzo,
me di cuenta que el hombre tenía un gran ascendiente sobre su pueblo. Y
encontré los decretos que él hace para manejar a su gente, que dicen lo
siguiente: “Todo aquél que tenga chanchos en soltura puede amarrarlos, y el que
no, no cumpla. Lorenzo Rodríguez”. Cuando yo vi eso, me di cuenta que estaba
frente a un hombre que gobernaba su pueblo porque sabía transmitir en el
lenguaje que su pueblo entendía. Ésa es la ley más clara que yo he visto. Es la
disposición que no está sujeta a ningún tipo de interpretación. Realmente
admiré la sencillez con que ese hombre manejaba su pueblo y admiré la razón por
la cual lo obedecían.
Uno de los problemas de nuestros dirigentes es que mientras
nuestros pueblos son de arcilla, ellos son de cristal y de cristal fino. Así es
que automáticamente, viene el desenfoque que los lleva a no encontrar el
entendimiento entre gobernados y gobernantes. Creo que el único mérito que yo
tengo, es, precisamente, el de saber comunicarme con mi pueblo y el de saber
que de la expresión más sencilla usted puede sacar grandes enseñanzas.
Nuestra lucha doméstica, el alza de la vida, el petróleo,
todas esas cosas, lo llevan a uno a ocupar todo su tiempo. Yo llegué a pensar
que la lucha por la liberación de nuestro país, por el perfeccionamiento de la
independencia (como dice mi estimado canciller) y que yo diría, por la
erradicación de la bandera intrusa, era una batalla que estábamos librando
solos contra un león, pero un león que tiene dientes y garras. Y llegué incluso
a adoptar una actitud medio derrotista. Sin embargo, he sido fuertemente
impactado. He sido impactado por la actitud del pueblo argentino al ver el
calor humano con que nos han recibido y por ver el respaldo que ustedes le dan
a nuestra causa.
Allá en Panamá tengo un gran problema, que es que nuestra
juventud no cree en negociación sino en liberación. Pero yo no le quiero dar el
pecho de la adolescencia a la gendarmería norteamericana. Y me cuesta trabajo
convencerlos de que la liberación podemos conseguirla a costos sociales más
bajos. Entonces me dicen: “Omar, te estás acobardando, te estás poniendo muy
prudente”. Y es verdad que si uno es mandatario se pone a veces muy prudente
aunque no quisiera serlo. Pero ellos adolecen de un defecto que quizás
constituye su más grande virtud: el querer acelerar el proceso de cambios a
velocidades que nos desmantelarían la carrocería estatal. Yo le digo a la
juventud peronista, ahora hablando prudentemente, que el único hombre que tuvo
vocación para acelerar, por presionar el acelerador del carro fue Fangio. Y si
este período político existe, hay que estar conscientes de que la maquinaria
estatal está constituida por miles de piezas, unas jóvenes, otras viejas, unas
con grasa, otras sin grasa, y, que si uno acelera mucho, todo se despedaza y es
muy difícil, como dice el poeta, reconstruir un país con herramientas gastadas.
Yo era un capitán inquieto, con la inquietud social que
viene del medio ambiente. Mis padres fueron maestros rurales y siempre
sufrieron persecuciones políticas, porque ellos, pobrecitos, querían hacer la
reforma agraria solos. Ahora, cada vez que yo levanto la cerca de uno de esos
latifundios digo que es en honor de mis padres que no lo pudieron hacer solos.
Dentro de esta inquietud, cuando yo trabajaba en el
Aeropuerto de Panamá, donde hay toda una compañía, una unidad de combate, tenía
bastante que ver con la administración y, también con los acontecimientos
significativos del aeropuerto que en Panamá es como el valle de los caídos, por
nuestra posición geográfica. Por ahí pasan los caídos, los que no están caídos;
los que van de regreso, los que vienen de regreso; así es que en ese lugar me
tocó conocer a mucha gente. Pero cuando conocí al General Perón me di cuenta
que estaba ante un militar diferente, un militar con carisma y humanista. Me
dije que yo no hablara, pues cuando uno habla con un hombre así, si uno también
habla no aprende. Después establecimos buenas relaciones y pude comprobar que
realmente este hombre tiene dimensiones continentales. Porque en aquella época
de represión, en que los reglamentos militares de una de las potencias
conocidas y medio vecinas afirmaban que una de las misiones de la división de
infantería es reforzar a un gobierno tambaleante (lo que es elevar a categoría
de reglamento la actitud colonialista), hablar de la unión de los pueblos
pequeños para hacerle frente a los colosos era una herejía. Como la que cometió
aquel científico, Galileo, que dijo: “Pero sin embargo se mueve”. Era una
herejía y la pagó muy caro.
Perón abrió la brecha a través de la cual subió después un
Velasco Alvarado y luego un Torrijos y quién sabe cuántos más vendrán por ahí
subiendo en los diferentes escenarios de América Latina.
Yo les agradezco sinceramente esta comunicación que hemos
mantenido y la agradezco porque soy un devoto de la juventud, porque allí está
el futuro. En esa juventud orientada, desorientada, microorganizada, que pelea,
que no pelea, en esa lucha se van jerarquizando los futuros dirigentes de un
país. Y cuando me dicen, cuidado con el imperialismo, a ellos solos se lo
permito. Porque son celosos de sus fronteras patrias, celosos de su bandera. Si
ustedes hubieran visto a los heroicos jóvenes panameños el 9 de enero de hace
10 años, de frente contra la metralleta gringa. No mataron más porque el cañón
se recalentó y tuvieron que salir huyendo.
Por eso yo digo que no puedo traicionar a la juventud. Ellos
tienen el derecho de ser consultados. Yo tengo problemas con determinados
miembros del Gobierno que se oponen a esas consultas, y les contesto siempre
que lo hago porque ellos van caminando hacia la vida, yo voy caminando hacia la
muerte. ¿Por qué la mujer abraza con tanto cariño las ideas de un líder que
está construyendo una nueva patria? Porque la mujer ante todo es madre y desea
que sus hijos vivan en un país donde no sean explotados como explotaron a sus
padres. Por eso ustedes son así, pensando en sus hijitos siempre.
Nosotros tenemos muy buena comunicación con la juventud
panameña; tan buena es, que son los únicos que están autorizados para ordenarme
y ellos lo saben. Muchas veces me siento medio pesimista, (todos los
gobernantes tenemos momentos de triunfalismo, momentos de pesimismo). En
momentos así voy a conversar con ellos, a conversar con la zona indígena. Voy
en el helicóptero, recordando la enseñanza de esas expresiones populares que
son las que constituyen nuestra patria doméstica.
Recuerdo que un día, pasando por una plantación, un
campesino me dijo: “General, su revolución no ha pasado por aquí”. “Sí ha
pasado”, respondí. “Miento entonces”, me dijo. “Su revolución sí ha pasado como
cuatro veces por aquí, pero a 10.000 pies de altura en el avión”. Le expliqué
que se había mandado el Banco de Crédito Agrario a esta región, a lo que me
contestó: “Efectivamente, vino con una bolsa de plata, a todos nos dio, se
fueron, no nos dijeron cómo sembrar, no nos dieron la asistencia suficiente y
ahora estamos empeorando, porque antes éramos pobres y precaristas y ahora
somos precarios y morosos”.
Es verdad, no hay acomodo dando apoyo económico si no se
respalda ese apoyo con la técnica. Es en ese diario contacto con mi pueblo de
donde yo extraigo, sobre todo la sabiduría de cómo llegar a conocer las
necesidades de él. Y, felizmente, conversando es que hemos podido sobrellevar 5
años de Gobierno con una buena dirección de ataque. Nuestros conflictos,
nuestras discusiones con los grupos jóvenes, los grupos estudiantiles, con la
adolescencia, ya no consisten en ver cuál es la dirección de ataque. En la
dirección de ataque ya estamos de acuerdo. Sólo consiste en ver cuál es la
velocidad que se le tiene que dar a la máquina de cambios.
Es el hombre el objetivo de mi Gobierno. Ahí nace mi
sentimiento profundamente humano. Yo no puedo ver a un niño, sinceramente, no
lo puedo ver; se me aguan los ojos cuando veo a un niño con hambre. Yo no puedo
ver que un niño tenga que caminar 4 horas para ir al colegio; yo no puedo ver a
un niño con los ojos vidriosos que produce la anemia, que se mueren
prematuramente y que, pobrecitos, en actitud de perdón, esos ojos que usted
mira, parecen decir: “Perdona Dios mío a quienes nos están gobernando”.
De ahí surge mi actitud humana, mi actitud humanista, mi
gran predisposición por perder lo que sea en la vida, ya que muchas veces vale
más uno muerto que vivo. Así es que uno está en una actitud de total
desinterés.
Yo recuerdo que siendo Capitán, mi generación, mi misma
generación de muchachos que yo había dejado en mi pueblo, en Santiago, se
sublevó. Hizo un conato de guerrilla. Entonces se dispuso que como yo era de
esa región fuera a sofocar ese conato. Efectivamente. El primer saludo fueron
ráfagas y ráfagas. Yo fui levemente herido y allí murieron cuatro muchachos
idealistas. Yo vi después por televisión cuando enterraban a esos muchachos. Yo
estaba totalmente convencido que en ese entierro, en esos féretros, en esa
carroza, estábamos enterrando a los muchachos pero no estábamos enterrando la
causa del descontento que los obligó a sublevarse. Aquella vez dije: “Qué
equivocados están los que creen que ya desapareció el brote de guerrilla. Ahora
viene más fuerte porque es un brote abonado”. Porque ahí se portaba un féretro
que ya era un estandarte, ya era algo místico .Qué equivocados que están
quienes creen que cuando entierran a un líder entierran al movimiento. Y les
digo esto porque a mí me costó 8 años llegar a admitirlo y esa reacción fue
fuerte.
Yo nací en el pueblo más pobre de la provincia más pobre; y
el hombre es él y el medio que lo formó. Y de ahí surgen mis inquietudes por
esa causa social y de ahí también surgió que en cuanto llegué a la Comandancia
de la Guardia, fui corriendo a una capilla y matrimonié a las Fuerzas Armadas
con los verdaderos intereses del pueblo.
Es triste servirle a la oligarquía. La oligarquía
insatisfecha que todo lo puede arreglar con balas y lo arregla con gases
lacrimógenos. Yo recuerdo que siendo jefe de zona militar de la segunda ciudad
de mi país, vino un político y metió la mano en la lata desmedidamente. Robó
20,000 balboas que estaban destinados a la reconstrucción de un gimnasio y un
auditorio para los muchachos. Cuando uno mete la mano en la lata, la lata
siempre hace ruido. Ese ruido mandó un mensaje directo a los grupos
estudiantiles y se formó ahí un problema tremendo. Quemaron casas, quemaron carros,
quemaron esto y aquello. Y entonces recuerdo que gastamos 1,000 bombas
lacrimógenas. De tanto gas la ciudad de Colón quedó desocupada por tres días.
Después me puse a ver el precio de cada bomba y resultó que ésta costaba
B/30.00. Se gastaron B/30,000. Hubiera salido más barato hacerles el gimnasio.
Lo que demuestra que ni nociones económicas tenían los tipos
que nos dirigían. Pero, mis distinguidos estudiantes, tengan la seguridad que
en mi país, esa historia terminó. Me siento orgulloso de dirigir un Gobierno
que si está transformando las estructuras políticas, sociales y económicas de
Panamá y que pronto, pero lo más pronto que podamos inteligentemente, tendremos
una sola bandera panameña ondeando en todo el territorio nacional, incluyendo
nuestro Canal.
Nota de Juan Antonio
Tack:
Este discurso del General Torrijos fue totalmente improvisado. No
tenía ni siquiera una nota sobre la mesa. Lo acompañamos, a un lado y otro
mientras hablaba, el Dr. Rómulo Escobar Bethancourt y yo. Al terminar el acto,
bajando las escalinatas de la entrada principal de la Universidad de Buenos
Aires, se me acercó una joven estudiante argentina y me dijo: ¨Canciller Tack,
he logrado grabar completo el discurso del General Torrijos y quiero
obsequiarles la cinta. Aquí la tiene¨. Le agradecí profundamente. Al regresar a
Panamá, una de mis Secretarias en la Cancillería hizo la transcripción escrita
de dicha grabación. Así fue como se salvó para la posteridad esta valiosa pieza
ideológica del General Omar Torrijos Herrera.
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