Capitán Eliecer Gaitán sobre la Invasión a Panamá en 1989
Panamá, Recuperar la historia
La revista "Marcha" presenta a sus lectores una
síntesis del testimonio del Asunción Eliécer Gaitán, publicado en el Diario
español "El País" y en el mexicano "La Jornada" y,
posteriormente, en Panamá, durante los primeros años de la ocupación
estadounidense. Y en la segunda parte una entrevista del mismo período
publicada en la revista española "Interviú".
Con ello queremos recuperar la historia de una Panamá que
resistió al ataque yanqui.
Edición de las Entrevistas realizadas al Capitán
Asunción Eliécer
Gaitán
por "El País" y la "Jornada"
Cumpliendo con la responsabilidad militar de defender el
país, ante la desaparición del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa,
salvo honrosas excepciones [los Tenientes Coroneles Daniel Delgado en San
Miguelito y Virgilio Mirones, que estaba en el Cuartel Central cumpliendo las
funciones de jefe de turno] un conjunto de oficiales intermedios;
miembros de los Batallones de la Dignidad; y, Voluntarios Civiles tomaron el
mando de las operaciones de resistencia durante los actos de Intervención,
Agresión, Invasión y Ocupación del territorio panameño por parte del Ejército
de los Estados Unidos.
La primera acción del mando emergente, la realiza el Capitán
Gonzalo "Chalo" González, Jefe del Batallón Macho de Monte,
localizado en Río Hato, quien, en medio de la agresión estadounidense, ordena
la evacuación de las instalaciones militares y la movilización para la
resistencia. Por esa acción, inicialmente, el bombardeo contra las
instalaciones militares panameñas no produce bajas de consideración, aunque sí
se logra una considerable destrucción material. "Chalo"
moviliza al "Batallón Especial los Pumas" de Tocumen, creado para
responsabilizarse de la operación del canal en el año 2000, y se reúne y
coordina al personal de la Unidad Especial Anti-Terror (UESAT), ubicada en
Panamá Viejo, que se encontraba al mando del capitán Garrido.
El resto del mando emergente, había emplazado una
unidad pequeña, fracción de las Fuerzas Especiales, con antitanques, al
área sur de uno de los puentes de Tocumen, en la carretera hacia el Aeropuerto
Internacional, cuando se inicia el bombardeo del Ejército estadounidense. Allí,
en Tocumen, se realiza el primer choque entre las tropas yanquis y "Los
Pumas" de Tocumen, apoyados por comandos especiales, miembros de los
Batallones de la Dignidad y voluntarios civiles. Los panameños enfrentan el
desembarco de paracaidistas de la 82 División del Ejército estadounidense con
armas antiaéreas y ametralladoras 12.5.
Ante la resistencia de los combatientes panameños, el
Ejército estadounidense desplaza su asalto de paracaidistas hacia el norte; y
concentran allí sus fuerzas. Después de ese primer enfrentamiento, un conjunto
de combatientes se desplaza al área de Panamá Viejo, al Cuartel de la Unidad
Especial Anti-Terror (UESAT), al mando del capitán Garrido, quien había
abandonado el Cuartel para iniciar la resistencia, mediante una defensa móvil
con ametralladoras antiaéreas de tiro horizontal, orientadas hacia la costa.
Garrido y los comandos a su cargo enfrentaron el desembarco y el ataque de los
helicópteros Black Hawk que tenían funciones similares a las de Vietnam. La
resistencia y los combates se extienden durante toda la noche e impiden que el
Ejército estadounidense avance. Esa noche atacan con fuego masivo y,
simultáneamente, en algunos puntos. Los aviones ejecutan una acción de
bombardeo aéreo en apoyo de un desembarco anfibio de paracaidistas. El fuego
aéreo masivo les sirve de escudo ante el ataque de los panameños.
A lo largo de la madrugada, el Ejército estadounidense
mantuvo el fuego aéreo y extendió el tiempo del desembarco anfibio, que se
estaba empantanando ante la resistencia que la UESAT hace desde la costa. Es
decir, el desembarco se complementa con el fuego aéreo y el apoyo de los helicópteros
Cobra y Black Hawk: como no se pueden tomar el lugar, deciden destruirlo. Los
combates fueron encarnizados y las fuerzas anfibias estadounidenses no habrían
podido culminar con éxito el desembarco, sin el aplastante apoyo del fuego
aéreo de los helicópteros.
Paitilla
El día 20 en horas de la noche, los comandos-especiales-
panameños, emplazaron francotiradores en el Aeropuerto de Paitilla en apoyo a
las unidades que defendían los hangares militares. En Paitilla se logró frenar
el avance de las unidades SEALS (sea, air, land), que estaban desembarcando en
forma de anfibios. En el primer contacto, los panameños le causan 18 bajas
entre muertos y heridos al Ejército estadounidense. Además se logra neutralizar
un helicóptero. Esto hace que se detenga el desembarco y el ataque terrestre e
inicie el bombardeo masivo en el área del cuartel de Paitilla. Al final,
para tomarse el lugar, fue necesario que intervinieran en ayuda de la
Fuerza Especial SEAL, Helicópteros Apache que obligaron, con un incesante
fuego aéreo y superioridad numérica, a los comandos que sobreviven el
ataque, a replegarse y abandonar el área, para desarrollar
operaciones planificadas en el área de la Embajada estadounidense y otras
áreas de la Ciudad de Panamá.
Avenida Balboa
En Balboa, alrededor de las 3 de la mañana, un comando
panameño de seis hombres, con un RPG-18 y un RPG-7, atacan con armas
automáticas y armas antitanques las instalaciones de la Embajada
estadounidense, ubicada en la Avenida Balboa y que era defendida por un pelotón
de 30 a 50 Marines, apoyados por blindados y unidades de la Policía
Militar. Cuando el comando ataca, con armas automáticas, las
instalaciones de la Embajada de los Estados Unidos, los miembros del Ejército
estadounidense ofrecen resistencia, pero no logran evitar que sean alcanzados e
incendiados los Blindados. El ataque del comando panameño provoca que las
unidades estadounidenses se replieguen hacia la costa, y le dejen el trabajo y
la confrontación a las unidades aéreas y el fuego aéreo masivo. Esto evita el
contacto directo entre las unidades del Ejército estadounidense y el
comando panameño, que había causado un número indeterminado de bajas, por
lo que se decide el repliegue, en contra de la voluntad de algunos de las
unidades que querían interrumpir el ataque y tomarse la Embajada. El
Comando panameño se moviliza entonces hacia al sector de Santa Ana y
Calidonia, en camino al Cuartel Central, para apoyar a otros combatientes en el
Barrio de El Chorrillo.
Pero también, el día 20 de diciembre, el comando, recoge a
seis chiquitas que querían combatir pero no tenían armas. Por lo que se les
proporcionan armas y se les enseña su manejo. Así aprendieron a utilizar hasta
una RPG-7. Estas chiquitas se exponían en serio, decían que no querían que
cuando sus hijos crecieran dijeran "nos invadieron y mataron y mi mamá se
quedó como si nada". De las seis sólo quedaron con vida dos, las otras
cuatro murieron en combate.
Muchachas y muchachos con una mentalidad de desprecio total
por la vida. A cambio de defender a su Patria hacían cosas que iban más allá de
las órdenes que recibían, como ocurrió con "Hormiga", un muchacho a
quien apodaron así, porque era muy trabajador.
"Hormiga" apostado, por órdenes del jefe del
comando, en la azotea de un edificio de cuatro pisos, frente a la Avenida
Balboa, donde está la Bahía de Panamá [cerca de la Embajada
estadounidense], esperaba el paso de un blindado que hacía un recorrido desde
Punta Paitilla a la Embajada estadounidense, mientras otro miembro del comando
preparaba la bicicleta en la que debía huir tras atacar el blindado. Pero
antes del paso del blindado se escuchó el ruido de un helicóptero acercarse por
la Bahía de Panamá e inmediatamente después un cohetazo de RPG-7 y el estruendo
del impacto de la nave cayendo ahí mismo, pegado al malecón de la Avenida
Balboa. El muchacho se tira y cae prácticamente al lado mío. Le digo:
"¡Coño!, no esperaste al blindado". "Jefe", me
responde, "ese helicóptero me pasó enfrente y no iba a perder la
oportunidad de tirarlo esperando a un blindado". Entonces se escucha
el fuerte enfrentamiento por parte de los Macho de Monte y los bombardeos
estadounidenses. Era un enfrentamiento desigual, entre armas ligeras y livianas
contra helicópteros y aviones que lanzaban bombas de 200 libras.
Al amanecer se hizo un primer balance, donde se estableció
que el Ejército estadounidense hizo un anillo en forma de ocho alrededor
de la Ciudad de Panamá, pero todavía no había avanzado más allá de Tocumen.
Ante eso, se tomó la decisión de moverse poco y mantener las posiciones durante
el día, para tratar de atacar el perímetro del cerco y abrir una brecha para
desplazarse hacia las afueras de la Ciudad de Panamá y continuar la
resistencia.
Durante el día, establecimos la manera de desplazarnos en
bicicleta, a pie, mezclados entre los que estaban saqueando la Ciudad de
Panamá, para visualizar el perímetro estadounidense y los objetivos que serían
atacados durante la noche. Fue así que en horas de la noche del 20 de diciembre
atacamos Quarry Heights, el Cuartel Central del Comando Sur de los Estados
Unidos.
Ese día, alrededor de las 2 de la tarde, Chalo González con
unidades de los Macho de Monte, ataca el perímetro más avanzado de tierra del
Ejército estadounidense, que estaba ubicado cerca de la Universidad de Panamá,
en la Avenida Nacional. Ahí se destruyeron dos blindados estadounidenses. Y por
la noche se hace un ataque al Cuartel Central panameño que estaba tomado por
los yanquis. Este ataque se ejecuta más por enojo que por una cuestión militar.
Las unidades del comando especial expresaron un enojo al
enterarse, por medio de un médico que comandaba las unidades de rescate de
heridos, que el Ejército estadounidense disparaba contra las ambulancias
panameñas que trataban de recoger los heridos agonizantes, entre los que había
población civil inocente del Barrio de El Chorrillo. Es entonces cuando
se decide contratacar con treinta hombres al Cuartel Central y los
blindados que el Ejército estadounidense había metido al cuartel.
Quarry Heigths
La noche del 20 de diciembre, desde el patio del Instituto
Nacional, hicimos un segundo ataque con fuego de mortero de 82 milímetros y
RPG-7, al área de Quarry Heigths. En el operativo sólo participaron ocho
hombres. El ataque no fue difícil, porque en esta área existía una casa
seguridad, un depósito, con armamentos que pertenecían a las Fuerzas Especiales
con mandos clandestinos. El armamento se encontraba en un sitio ubicado detrás
del Ancon Inn, ubicado en la Avenida de los Mártires. Allí se recogieron los
tiros, la munición y los tubos. Existían casas y depósitos similares en
distintas partes de la Ciudad de Panamá, con miras a enfrentar una situación
como la que estábamos viviendo.
Luego, entre la Pizzería Napoli, que se encuentra a un costado
del Ancon Inn y desde el patio del Instituto Nacional, se bombardeó Quarry
Heights. El bombardeo fue exitoso porque se hizo con mucha precisión:
anteriormente se había hecho el estudio y el trabajo de reglaje, por lo que
hubo tiempo hasta de hacer las correcciones luego de los dos primeros disparos,
que son los previos para ubicar el blanco. Se colocó una de las unidades de
observación más avanzada en uno de los edificios más cercanos al blanco, en el
Barrio de El Chorrillo.
Esta unidad del comando, hacía las veces de corrector de
tiro: veía el impacto y hacía las correcciones. Después de los dos
primeros disparos, el resto de los seis proyectiles cayeron con mucha precisión
sobre las instalaciones.
Claro, era un ataque simbólico al corazón del enemigo,
porque en realidad el Ejército estadounidense tenía un sistema
subterráneo, así que el Comando estaba dentro del Cerro Ancón. El daño que se
hizo fue mas bien a las instalaciones de superficie, pero era una de las
respuestas a la violación que los estadounidenses estaban haciendo en Panamá de
los Tratados de Ginebra y en contra de las víctimas y heridos panameños.
En su contrataque, el Ejército estadounidense arrasó el Barrio de El Chorrillo
con una acción de fuego coheteril masivo desde helicópteros Cobra y Black Hawk.
Las unidades aéreas bombardearon toda el área. El ataque aéreo produjo el
incendio del populoso Barrio de El Chorrillo: tampoco, entonces, el
Ejército estadounidense permitió el paso de las ambulancias a recoger heridos y
muertos.
"Interviú"
entrevista en exclusiva a Gaitán
Asunción Eliécer Gaitán Ríos: no defendí a un individuo ni
una idea, sino a un país y su soberanía (...) Estoy preparado para lo peor y
nunca me entregaré a un país ocupado.
Al despedirnos le dije: "Me gusta volver a verlo frío y
seguro". El me dijo:"Has sido leal más de lo que se podía decir de
ti". Me preguntó que pensaba hacer y me aconsejó que me cuidara".
Esta fue la última conversacion mantenida entre el General Noriega antes de
entregarse a las tropas invasoras, el pasado 3 de enero, y su jefe de seguridad
personal, el capitán Asunción Eliécer Gaitán Ríos. Ambos pasaron los diez días
más amargos de sus vidas, asilados en la Nunciatura de Panamá, popularmente
conocida como "Pensión Laboa", por las muchas veces que allí se dio
refugio a políticos de todos los colores.
Noriega se entregó a las tropas norteamericanas que
invadieron Panamá el pasado 20 de diciembre de 1989, pero el capitán Gaitán, 32
años, es el único refugiado que queda en la Nunciatura, ya abandonada también
por los etarras, planteando un problema diplomático de difícil solución. El
Gobierno de Endara acusa a Gaitán de haber participado en la matanza de los
militares que el 3 de octubre de 1989 se levantaron contra Noriega y que fueron
ejecutados después de haberse rendido.
Los norteamericanos quieren a Gaitán para interrogarlo, por
suponerle muy informado, pero el Nuncio Laboa le da asilo político, acogiéndose
al artículo treinta y cuatro de la Constitución panameña, que exime de
responsabilidad a los militares que cumplen órdenes.
En Panamá se dice, además, que el Nuncio le está pagando a
Gaitán, el único con quien hablaba Noriega en sus días de refugiado político,
la colaboración y el papel negociador que jugó en aquellos difíciles momentos.
El gobierno español aceptaría acoger a Gaitán siempre y cuando el gobierno
panameño le conceda el visado de salida del país. Así las cosas, Gaitán, un
hombre preparado para la acción, pasa sus días en la apacible vida de la
Nunciatura, vigilada por la policía panameña, y recibe periódicas visitas del
actual jefe de la Seguridad Eduardo Herrera, para convencerlo a él y al Nuncio,
de que se entregue a los panameños o a los norteamericanos.
Formado militarmente en Argentina, donde recibió un duro
entrenamiento que le permite dormir dos horas diarias, Gaitán fue llamado en el
año de 1987 para hacerse cargo de la seguridad personal de
Noriega. "No sé por qué me buscaron a mí, porque yo era
totalmente desconocido, aunque bien entrenado y experto en explosivos. Desde
entonces yo estudiaba todos los días como podía matar y secuestrar a Noriega,
anteponiendo a la guerra de las galaxias, que se supone nos aplicarían los
norteamericanos en caso de atentado, lo que yo llamo guerra de cavernas. Es
decir, cuando no eres fuerte en tecnología, tienes que recurrir a la
malicia y el engaño".
El nombramiento de Gaitán coincide con el comienzo de los
problemas serios para Noriega; los norteamericanos le acusan de
narcotraficante, mientras le crece una oposición organizada bajo el nombre de
Cruzada Civilista.
Una Guerra desigual
Norteamericanos y panameños se mueren de curiosidad por
saber qué hizo y dónde estuvo Noriega desde la noche del 19 de diciembre,
cuando las tropas yanquis entran en la ciudad, hasta las doce del mediodía del
24, cuando el general Noriega se refugia en la Nunciatura, de la que ya no
saldrá sino para entregarse a los militares estadounidenses. Se dijo que se
había escondido en casa de su vieja nodriza y que pasó varias horas con una
prostituta. Su jefe de Seguridad lo cuenta así:
"El día 19 estuve con él hasta las diez de la noche en
su casa del barrio de Omar en el Recuerdo. De allí me fui a una reunión para
prepararnos para la invasión que sabíamos sería esa noche, aunque no a qué
hora. A las once de la noche escuché por la radio la clave que avisaba que
había movimiento y empezamos la evacuación. La esposa y las hijas del general
no habían querido abandonar el país y las llevamos a una zona más segura cerca
del aeropuerto, hasta que al día siguiente se refugiaron en la embajada de
Cuba. Noriega se detuvo en el hotel Seremi unos minutos para cambiar de coche,
y después se dirigió hacia un puesto de mando subterráneo en Chepo, camino a
Darién. Yo iba en otro coche y, cerca del Aeropuerto, mis seis hombres
y yo estuvimos nuestro primer enfrentamiento con
paracaidistas norteamericanos. Noriega estaba a muy pocos metros, pero no
se dieron cuenta. Allí en la rotonda próxima al aeropuerto, murieron muchos
norteamericanos y, desde ese momento, cerramos las comunicaciones
con radio, porque ellos tenían unas posibilidades del cien por cien de
localizarnos. La suya fue una guerra tecnológica. Nosotros atacábamos, pero
ellos contraatacaban de forma brutal. Fue una guerra desigual, en la que
nosotros pagábamos un alto precio en vidas. Rodearon la ciudad e iban
cercándola con anillos de refresco. Nos vencieron porque nuestros
militares del resto del país no eran fuertes ideológicamente y no vinieron
a romper el cerco. Los norteamericanos lo sabían y por eso adelantaron la
invasión, porque Noriega también sabía que tenía que reemplazar a aquellos
mandos por otros más ideologizados. Como no pudo llegar a Chepo se fue al
cuartel de San Miguelito, en donde estuvo desde las dos de la madrugada hasta
las cinco".
"Yo le pedí al general combatir con los comandos y
desde ese momento lo perdí de vista. Nos comunicábamos por mensajeros. El
llamaba a uno por teléfono y dejaba el mensaje que me daban cuando yo
llamaba al mismo teléfono. Desde ese día estuvo en distintas casas de
seguridad, acompañado de su escolta, pero ni yo mismo sabía dónde. No volvía a
verlo hasta el día 24, en que me ordenan recogerlo en Juan Díaz, en la
carretera que va hacia Tocumen. El traslado desde la casa de seguridad en la
que estaba hasta la Nunciatura, lo hicimos de día seis personas, no todas
militares, vestido de civil y con una patrulla norteamericana a unos cincuenta
metros. Estaba peinando la zona, casa por casa, y supongo que debieron tardar
diez minutos en llegar a la que acababa de abandonar el general".
Presiones y amenazas
Y, estando en la Nunciatura, vinieron las presiones de
unos y otros. Y las amenazas: "Cuando llegamos a la Nunciatura había
por lo menos veinte refugiados, entre ellos los etarras a los que yo conocía
por haber hablado en el época que Noriega pensó darle categoría de refugiados.
Aquellos diez días, el Nuncio estuvo sometido a mucha presión. Los gringos
pusieron sus equipos psicológicos a trabajar y cada día le planteaban una situación
nueva. Le dije que no me considerara un obstáculo para tomar una decisión y
nunca influí. No me explicó por qué decidió entregarse a
los norteamericanos, pero creo que le influyó el mensaje de sus abogados
dándole esperanzas de que saldría bien en el juicio. Yo no aplaudo ni
condeno su decisión y me reservo mi opinión por honor militar. Mi trabajo fue
militar y patriota, y sería miserable por mi parte juzgar a Noriega por tomar
la decisión de vivir. En este país todo el mundo tiene "cola de paja",
es decir, algo de qué puede ser acusado. Aquí ni los gringos pueden controlar
cómo la cerveza sale de su Zona del Canal para ser vendida de contrabando.
Noriega vivió una época de vacas gordas en el país y seguro que hubo
cosas de las que acusarlo, pero creo que también muchas de ellas son
motivadas por intereses políticos".
El argumento más utilizado por los panameños para justificar
la invasión yanqui es que todos los demás intentos fracasaron y no había manera
de deshacerse de Noriega. Gaitán no está de acuerdo:
"La situación tenía que cambiar con urgencia, pero no
se podía aceptar la imposición norteamericana. Aquí no hubo lucha
política. A Somoza, a Marcos, A Pinochet los tumbaron luchando, pero aquí
los de la Cruzada Civilista sólo hacen política de lunes a viernes. Ellos no
tuvieron ni un muerto y los panameños que murieron en la invasión no fueron de
la oligarquía ni de la burguesía. Ellos celebran la recuperación del poder
político que habían perdido con Torrijos, no la invasión. Es falso que no hubiera
otra forma de derrocar a Noriega. Lo que ocurre es que ellos sólo querían lo
fácil, conspirar los fines de semana en Playa Coronado. Casi todos estudiaron
en Estados Unidos y desconocen la historia de su país, no saben que la historia
se repite y que esto lo van a pagar algún día".
Hijo y nieto de militares, anticomunista y nacionalista
convencido, Gaitán dice que su comportamiento es una cuestión de honor militar
y de coherencia política. "Estoy preparado para lo peor y nunca me
entregaré a un país ocupado. Yo no defendí a un individuo ni una idea, sino a
un país y su soberanía. Defender ahora a Noriega, está fuera de lugar, porque
la situación es otra. Los de la Cruzada Civilista se declaran antimilitaristas
y aceptan que un ejército extranjero patrulle en las calles con armas. Lo
que ocurrió el 3 de octubre es un hecho penado por leyes militares. Hubo un
levantamiento pagado por los norteamericanos, como se demostró después, y
si no actuaron ese día fue porque los traidores se le adelantaron al
creerse descubiertos, y los cogieron desprevenidos. Hubo enfrentamiento y
muertos ejecutados por orden del mando militar que dió orden
sumaria".
"Cumplíamos una orden de unas Fuerzas Armadas
legalmente constituidas, y no fue un delito común. No niego mi
participación en aquellos hechos, pero el responsable es quien da la orden
y eso lo deja claro el artículo 34 de la Constitución panameña."
Gaitán se levanta todos días a las cinco y media de la
mañana. "Desde que se fue Noriega, duermo seis horas". Hace
gimnasia. Asiste a misa. Reza el rosario. Estudia italiano. Escribe, "para
no olvidarme de todo lo que viví y sé". Colabora en las tareas domésticas
de la nunciatura cocinando un riquísimo "Guachito de Guandú". Para no
perder el ánimo, apenas escucha panameñas. E insiste: "Prefiero morirme a
entregarme a los invasores. Estoy tranquilo porque sé lo que tengo que hacer.
Mi plan es irme a España o morir, nunca entregarme". Y termina: "Si
voy a España, seré bueno. Me dedicaré a estudiar filosofía y política".
El capitán panameño Asunción Eliécer Gaitán Ríos, jefe de le
Seguridad personal Noriega, cuenta en exclusiva a Interviu, desde su
asilo en la Nunciatura del Vaticano en la capital centroamericana, los
pormenores de la actividad del derrocado dirigente durante la invasión militar norteamericana
y los diez días que pasaron juntos en la embajada vaticana hasta que el general
decidió entregarse.
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