El petroleo bajo de precio

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jueves, 20 de marzo de 2014

Elsie Alvarado de Ricord, el lenguaje sexista.

La académica Elsie Alvarado de Ricord comparte con los lectores algunas reflexiones sobre el uso adecuado de la lengua en lo referente al género. Este es un fragmento de una exposición reciente ante los académicos y el público panameño. Y que tuve la increíble suerte de escuchar personalmente en su presentación por ella, en la academia.

ELSIE ALVARADO DE RICORD
Miembro de la Academia Panameña de la Lengua
invest@prensa.com
En cuanto al pasado y el presente de nuestra lengua, leo con frecuencia las declaraciones de ilustres filólogos que hablan con entusiasmo de “la buena salud del español”. Comparto esa opinión, si bien hoy mantengo cierta reserva, ya que la necesaria acometividad contra el lenguaje sexista ha perdido un poco el radar, y no veo un piloto experto que se encargue del timón.
El terreno del lenguaje es infinitamente más complejo de lo que parece, y es muy fácil caer en una selva más oscura que la de Dante en mitad del camino de la vida.
Es ya muy reconocido el mérito del movimiento feminista, de quienes lo iniciaron y quienes lo sostienen, luchando contra la fuerte corriente del machismo universal. Por ese predominio absoluto del varón, que afecta a todas las acciones colectivas e individuales y es socialmente nocivo y bochornoso, la humanidad ha sacrificado el 50% de su potencial.
Los errores del feminismo son nimios si se comparan con los del machismo, y entre estos últimos, los del lenguaje son apenas un reflejo de lo que se da en el mundo referente.

Términos ofensivos a la dignidad femenina, que, en igualdad de condiciones, no se aplican al varón, como los alusivos a Celestina y el celestinaje; refranes: “el hombre sea león, y la mujer, camaleón”; frases hechas: “una triste mujer”; frases célebres, como ésta de Napoleón: “Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo”; canciones, poemas, relatos, (en que al más diestro se le da como premio a la princesa), nutren su mensaje y forma expresiva en la supuesta inferioridad de la mujer. Contra esto ha luchado el feminismo y habrá que persistir durante mucho tiempo.
Un punto discutible en el que he batallado en congresos, sin despertar interés, es el de la tradicional confección de los diccionarios, que por tradición machista, a la aplicación del orden alfabético estricto sobreponen la preferencia por el género gramatical masculino en palabras que presentan la oposición a/o, como niña/niño, bella/bello, en las cuales, siguiendo el criterio alfabético debería figurar, por orden, la que tiene la a, y añadirse la que tiene la o. Pero no se hace así; la masculina, por serlo, es siempre la primera, incluso en los casos en que la femenina es abrumadoramente más usada, como enfermera; o el adjetivo lesa (crimen de lesa humanidad, lesa patria, lesa majestad). De modo que el pretendido orden alfabético no es tal; los diccionarios responden a un criterio mixto. Tal hecho no constituye un problema grave.
El problema del momento
Con el perdón del cultísimo auditorio, permítaseme partir desde una archiconocida base, para plantear lo que es, en mi opinión, el problema del momento.
Una lengua es un sistema de signos lingüísticos que sirven para la comunicación humana. Cada una de las especies animales tiene una forma de comunicación, pero es entre los humanos donde la facultad del lenguaje se ha desarrollado de manera óptima, con el paralelo desarrollo del pensamiento. Tal es la superioridad que nos privilegia. Así se han constituido las lenguas; muchas, derivadas de un tronco común; otras, desde diversos puntos geográficos.
Los niveles de la lengua, que definen el sistema, son el fonológico, el morfológico y el sintáctico; una vez constituidos, mantienen bastante fijeza.
La comunicación en un mundo cambiante exige una continua adaptación, que implica ajustes y reajustes. Donde se pueden dar estos cambios continuos es en la amplitud del campo léxico-semántico (el del vocabulario), que es como una atmósfera que envuelve a dichos tres niveles (el fonológico, el morfológico y el sintáctico) pero que no se confunde con ellos.
Por eso es posible que ingresen en el Diccionario, como en efecto ingresaron en 1992, 12 mil nuevas acepciones y modificaciones; y que muchos términos caigan en desuso.
Pero cuando se trata del sistema de la lengua, en los planos fonológico, morfológico y sintáctico, no es posible que se elimine una sola letra necesaria del alfabeto, que corresponde a un sonido que está en el lenguaje oral y debe representarse en la escritura, sin que ello ocasione un desastre en el sistema.
Del mismo modo, las normas morfológicas y sintácticas no son imposiciones académicas, sino mecanismos que se fijan porque el uso hace la norma, y por la norma se consolida el sistema.
De allí que en español, las milenarias normas de concordancia no se borran por una simple decisión de los usuarios, y el descalabro que ello acarrearía en el nivel sintáctico podría llevarnos a perder el más precioso tesoro del mundo hispanohablante: la lengua española.
Cada vez que alguien me plantea con preocupación que en Panamá la lengua se va a perder por el empleo de las jergas juveniles, explico que éstas son pasajeras y la lengua permanece; o por lo mal que hablamos el español, explico que el habla vulgar en todos los países es poco estricta, pero que el español estándar es el mismo en todas partes.
Pretendido lenguaje igualitario
Pero ahora hay en nuestro país una situación que sí constituye un problema y he dispuesto, por propia decisión y sin consultar con ningún colega, dar la voz de alarma, lo cual significa que absolutamente ningún colega académico sabe sobre qué voy a hablar ni lo que plantearé; que no lo hago en nombre de la Institución sino en el propio, y que no la Academia, sino mi persona, se constituye en pararrayos del explicable disgusto que provocaré, de lo cual estoy consciente. Retomo el asunto del lenguaje sexista.
No hay nivel ni aspecto del lenguaje que se salve con ese -as, -os, -as del pretendido lenguaje igualitario, que llaman genérico. Empecemos por la morfosintaxis.
En español la abundancia de marcas de género y número es una de las causas de la amplia libertad sintáctica y con ello de la fluidez y la armonía del lenguaje.
En las lenguas que carecen de esas marcas, el hablante está contraído a esquemas bastante rígidos y a la repetición, a veces recargada, de un sujeto. Pero esa fluidez y esa armonía que el español ostenta se están rompiendo precipitadamente.
Una ley que la Asamblea aprobó en el 2000 se refiere al lenguaje sexista en los textos escolares. Y, tal vez por una interpretación equivocada, se ha introducido en el habla panameña un criterio aterrador. Planteé mi desacuerdo en un encuentro feminista al que fui cordialmente invitada, antes de que la ley se aprobara. Una señora me contestó muy cortésmente que respetaba mi opinión, pero no la compartía, porque si a un niño o a una niña se les enseña a hablar así desde pequeños y pequeñas, les será muy fácil aprender.
Pregunto a ustedes qué pensarían de un párrafo como éste que estoy inventando para lectura en un segundo grado de primaria, y que es tan sencillo:
Juan y María van juntos a la escuela. Cada uno lleva su maletín. Ambos son muy estudiosos. Los acompaña una tía, para que no crucen la calle solos.
¿Es muy simple, verdad? Pero, según los nuevos rumbos es totalmente sexista, y por completo inadmisible:
- Juan y María van juntos a la escuela.
- ¿Juntos? Puro machismo: son un niño y una niña. Hay que decir, juntos y juntas.
- Pero si sólo son dos. Tampoco se puede decir: junto y junta.
- Hay que eliminar, para el caso, el adjetivo juntos. No se puede decir. Censurado.
- Cada uno lleva su maletín.
- ¿Cada uno? Machismo: son uno y una.
- Pero no se puede decir cada uno y cada una porque sólo son dos.
- A eliminar de nuevo. Para el caso, no se puede decir cada uno. Censurado.
- Ambos son muy estudiosos .
- ¿Ambos? Machismo: son un niño y una niña.
- Pero no se puede decir ambos y ambas, porque no son cuatro, sino dos. Tampoco ambo y amba.
- A eliminar, para el caso, el adjetivo ambos. No se puede decir, excepto si fueran dos varones. Censurado.
- Los acompaña una tía.
- ¿Los? Machismo. Son un niño y una niña. Tampoco se puede decir los / las porque sólo son dos. Se dirá: Lo / la acompaña una tía.
- Para que no crucen la calle, solos.
- ¿Solos? Machismo; son un niño y una niña. Se dirá : Para que no crucen la calle solo/a.
Un matrimonio entre hombre y mujer no puede emplear el pronombre nosotros.
Una escena en un banco:
- Ella y yo queremos pedir un préstamo.
-¿Son Uds. casados?
- Casados no; casada y casado.
- ¿Usted con otra y ella con otro?
- No. Ella casada conmigo y yo casado con ella.
- ¿Tienen hijos?
- Hijos no.
- ¿Ni uno solo?
- Uno solo sí, y dos niñas.
- Entonces son tres hijos.
- No. Uno y dos.
- ¿Uno y dos no son tres hijos?
- No. Son un hijo y dos hijas. No son tres hijos.
- ¿El hijo es suyo y las hijas de ella?
- No. El hijo es de ella y mío y las hijas de ella y mías.
- ¿Y por qué no dice de nosotros?
- Porque ella y yo no es igual que nosotros. El matrimonio es entre hombre y mujer. Y nosotros es masculino.
Para agravar la situación (como nadie quiere volver a escribir en femenino lo que ha escrito en masculino, por un imperativo de la economía expresiva, para ahorrar tiempo, espacio y esfuerzo) el signo de la arroba -que se usa en las computadoras para las direcciones del correo electrónico- se ha introducido como un virus en el alfabeto y está corroyendo el sistema de escritura y de lectura.
Días atrás me trajeron a la Academia, en consulta, un programa oficial. Y, según otras llamadas desde varios ministerios, esta medida es oficial.
L@s niñ@s.
Pregunté ¿Cómo se lee? Laos niñaos o Loas niñoas? Me dijeron: Los niños y las niñas.
Entonces, de nuestra lectura en línea horizontal progresiva de izquierda a derecha hemos pasado a una lectura que salta atrás, vuelve adelante, y que con dos palabras mal escritas representa cinco.
Y tanta lucha por el alfabeto para quedar con un signo que tiene simultáneamente valor de a y de o, y la mágica virtud de convertir dos palabras en cinco, que se leen hacia adelante y hacia atrás.
Un fin de tragicomedia
En fin, el pretendido lenguaje igualitario, que empezó con una justa lucha dramática, ha terminado en tragicomedia.
Lo que temo es que todos/as nosotros/as nos veremos condenados/as a ser los/as últimos/as usuarios/as de una lengua que fue para los/as hispanoamericanos/as el verdadero tesoro con que fuimos favorecidos/as tras la cruel experiencia a que nos sometieron los/as conquistadores/as españoles/as.
Si es que ya no estamos todos/as, emisores/as y receptores/as, completamente locos/as de tantos/as/os/as.
La lengua española, que encierra un potencial de sonoridad, armonía y fluidez para las hablas, ha engendrado un habla desarticulada, harapienta y tartamuda, que perdió el ataque vocálico dulce propio de las lenguas neolatinas.
Y todo a ciencia y paciencia de 400 millones de usuarios. La experiencia de muchos años de discusión académica en congresos, me dice que este problema sólo podría ser resuelto directamente por la comunidad hispanohablante.

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