La académica Elsie
Alvarado de Ricord comparte con los lectores algunas reflexiones sobre el uso
adecuado de la lengua en lo referente al género. Este es un fragmento de una
exposición reciente ante los académicos y el público panameño. Y que tuve la increíble suerte de escuchar personalmente en su presentación por ella, en la academia.
El terreno del
lenguaje es infinitamente más complejo de lo que parece, y es muy fácil caer en
una selva más oscura que la de Dante en mitad del camino de la vida.
Es ya muy reconocido
el mérito del movimiento feminista, de quienes lo iniciaron y quienes lo
sostienen, luchando contra la fuerte corriente del machismo universal. Por ese
predominio absoluto del varón, que afecta a todas las acciones colectivas e
individuales y es socialmente nocivo y bochornoso, la humanidad ha sacrificado
el 50% de su potencial.
Los errores del
feminismo son nimios si se comparan con los del machismo, y entre estos últimos,
los del lenguaje son apenas un reflejo de lo que se da en el mundo referente.
Términos ofensivos a la dignidad femenina, que, en igualdad de condiciones, no se aplican al varón, como los alusivos a Celestina y el celestinaje; refranes: “el hombre sea león, y la mujer, camaleón”; frases hechas: “una triste mujer”; frases célebres, como ésta de Napoleón: “Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo”; canciones, poemas, relatos, (en que al más diestro se le da como premio a la princesa), nutren su mensaje y forma expresiva en la supuesta inferioridad de la mujer. Contra esto ha luchado el feminismo y habrá que persistir durante mucho tiempo.
Un punto discutible en
el que he batallado en congresos, sin despertar interés, es el de la tradicional
confección de los diccionarios, que por tradición machista, a la aplicación del
orden alfabético estricto sobreponen la preferencia por el género gramatical
masculino en palabras que presentan la oposición a/o, como niña/niño,
bella/bello, en las cuales, siguiendo el criterio alfabético debería figurar,
por orden, la que tiene la a, y añadirse la que tiene la o. Pero no se hace así;
la masculina, por serlo, es siempre la primera, incluso en los casos en que la
femenina es abrumadoramente más usada, como enfermera; o el adjetivo lesa
(crimen de lesa humanidad, lesa patria, lesa majestad). De modo que el
pretendido orden alfabético no es tal; los diccionarios responden a un criterio
mixto. Tal hecho no constituye un problema grave.
El problema del
momento
Con el perdón del
cultísimo auditorio, permítaseme partir desde una archiconocida base, para
plantear lo que es, en mi opinión, el problema del momento.
Una lengua es un
sistema de signos lingüísticos que sirven para la comunicación humana. Cada una
de las especies animales tiene una forma de comunicación, pero es entre los
humanos donde la facultad del lenguaje se ha desarrollado de manera óptima, con
el paralelo desarrollo del pensamiento. Tal es la superioridad que nos
privilegia. Así se han constituido las lenguas; muchas, derivadas de un tronco
común; otras, desde diversos puntos geográficos.
Los niveles de la
lengua, que definen el sistema, son el fonológico, el morfológico y el
sintáctico; una vez constituidos, mantienen bastante fijeza.
La comunicación en un
mundo cambiante exige una continua adaptación, que implica ajustes y reajustes.
Donde se pueden dar estos cambios continuos es en la amplitud del campo
léxico-semántico (el del vocabulario), que es como una atmósfera que envuelve a
dichos tres niveles (el fonológico, el morfológico y el sintáctico) pero que no
se confunde con ellos.
Por eso es posible que
ingresen en el Diccionario, como en efecto ingresaron en 1992, 12 mil nuevas
acepciones y modificaciones; y que muchos términos caigan en desuso.
Pero cuando se trata
del sistema de la lengua, en los planos fonológico, morfológico y sintáctico, no
es posible que se elimine una sola letra necesaria del alfabeto, que corresponde
a un sonido que está en el lenguaje oral y debe representarse en la escritura,
sin que ello ocasione un desastre en el sistema.
Del mismo modo, las
normas morfológicas y sintácticas no son imposiciones académicas, sino
mecanismos que se fijan porque el uso hace la norma, y por la norma se consolida
el sistema.
De allí que en
español, las milenarias normas de concordancia no se borran por una simple
decisión de los usuarios, y el descalabro que ello acarrearía en el nivel
sintáctico podría llevarnos a perder el más precioso tesoro del mundo
hispanohablante: la lengua española.
Cada vez que alguien
me plantea con preocupación que en Panamá la lengua se va a perder por el empleo
de las jergas juveniles, explico que éstas son pasajeras y la lengua permanece;
o por lo mal que hablamos el español, explico que el habla vulgar en todos los
países es poco estricta, pero que el español estándar es el mismo en todas
partes.
Pretendido lenguaje
igualitario
Pero ahora hay en
nuestro país una situación que sí constituye un problema y he dispuesto, por
propia decisión y sin consultar con ningún colega, dar la voz de alarma, lo cual
significa que absolutamente ningún colega académico sabe sobre qué voy a hablar
ni lo que plantearé; que no lo hago en nombre de la Institución sino en el
propio, y que no la Academia, sino mi persona, se constituye en pararrayos del
explicable disgusto que provocaré, de lo cual estoy consciente. Retomo el asunto
del lenguaje sexista.
No hay nivel ni
aspecto del lenguaje que se salve con ese -as, -os, -as del pretendido lenguaje
igualitario, que llaman genérico. Empecemos por la morfosintaxis.
En español la
abundancia de marcas de género y número es una de las causas de la amplia
libertad sintáctica y con ello de la fluidez y la armonía del lenguaje.
En las lenguas que
carecen de esas marcas, el hablante está contraído a esquemas bastante rígidos y
a la repetición, a veces recargada, de un sujeto. Pero esa fluidez y esa armonía
que el español ostenta se están rompiendo precipitadamente.
Una ley que la
Asamblea aprobó en el 2000 se refiere al lenguaje sexista en los textos
escolares. Y, tal vez por una interpretación equivocada, se ha introducido en el
habla panameña un criterio aterrador. Planteé mi desacuerdo en un encuentro
feminista al que fui cordialmente invitada, antes de que la ley se aprobara. Una
señora me contestó muy cortésmente que respetaba mi opinión, pero no la
compartía, porque si a un niño o a una niña se les enseña a hablar así desde
pequeños y pequeñas, les será muy fácil aprender.
Pregunto a ustedes qué
pensarían de un párrafo como éste que estoy inventando para lectura en un
segundo grado de primaria, y que es tan sencillo:
Juan y María van
juntos a la escuela. Cada uno lleva su maletín. Ambos son muy estudiosos. Los
acompaña una tía, para que no crucen la calle solos.
¿Es muy simple,
verdad? Pero, según los nuevos rumbos es totalmente sexista, y por completo
inadmisible:
- Juan y María van
juntos a la escuela.
- ¿Juntos? Puro machismo: son un niño y una niña. Hay que decir, juntos y juntas.
- Pero si sólo son dos. Tampoco se puede decir: junto y junta.
- Hay que eliminar, para el caso, el adjetivo juntos. No se puede decir. Censurado.
- Cada uno lleva su maletín.
- ¿Cada uno? Machismo: son uno y una.
- Pero no se puede decir cada uno y cada una porque sólo son dos.
- A eliminar de nuevo. Para el caso, no se puede decir cada uno. Censurado.
- Ambos son muy estudiosos .
- ¿Ambos? Machismo: son un niño y una niña.
- Pero no se puede decir ambos y ambas, porque no son cuatro, sino dos. Tampoco ambo y amba.
- A eliminar, para el caso, el adjetivo ambos. No se puede decir, excepto si fueran dos varones. Censurado.
- Los acompaña una tía.
- ¿Los? Machismo. Son un niño y una niña. Tampoco se puede decir los / las porque sólo son dos. Se dirá: Lo / la acompaña una tía.
- Para que no crucen la calle, solos.
- ¿Solos? Machismo; son un niño y una niña. Se dirá : Para que no crucen la calle solo/a.
- ¿Juntos? Puro machismo: son un niño y una niña. Hay que decir, juntos y juntas.
- Pero si sólo son dos. Tampoco se puede decir: junto y junta.
- Hay que eliminar, para el caso, el adjetivo juntos. No se puede decir. Censurado.
- Cada uno lleva su maletín.
- ¿Cada uno? Machismo: son uno y una.
- Pero no se puede decir cada uno y cada una porque sólo son dos.
- A eliminar de nuevo. Para el caso, no se puede decir cada uno. Censurado.
- Ambos son muy estudiosos .
- ¿Ambos? Machismo: son un niño y una niña.
- Pero no se puede decir ambos y ambas, porque no son cuatro, sino dos. Tampoco ambo y amba.
- A eliminar, para el caso, el adjetivo ambos. No se puede decir, excepto si fueran dos varones. Censurado.
- Los acompaña una tía.
- ¿Los? Machismo. Son un niño y una niña. Tampoco se puede decir los / las porque sólo son dos. Se dirá: Lo / la acompaña una tía.
- Para que no crucen la calle, solos.
- ¿Solos? Machismo; son un niño y una niña. Se dirá : Para que no crucen la calle solo/a.
Un matrimonio entre
hombre y mujer no puede emplear el pronombre nosotros.
Una escena en un
banco:
- Ella y yo queremos
pedir un préstamo.
-¿Son Uds. casados?
- Casados no; casada y casado.
- ¿Usted con otra y ella con otro?
- No. Ella casada conmigo y yo casado con ella.
- ¿Tienen hijos?
- Hijos no.
- ¿Ni uno solo?
- Uno solo sí, y dos niñas.
- Entonces son tres hijos.
- No. Uno y dos.
- ¿Uno y dos no son tres hijos?
- No. Son un hijo y dos hijas. No son tres hijos.
- ¿El hijo es suyo y las hijas de ella?
- No. El hijo es de ella y mío y las hijas de ella y mías.
- ¿Y por qué no dice de nosotros?
- Porque ella y yo no es igual que nosotros. El matrimonio es entre hombre y mujer. Y nosotros es masculino.
-¿Son Uds. casados?
- Casados no; casada y casado.
- ¿Usted con otra y ella con otro?
- No. Ella casada conmigo y yo casado con ella.
- ¿Tienen hijos?
- Hijos no.
- ¿Ni uno solo?
- Uno solo sí, y dos niñas.
- Entonces son tres hijos.
- No. Uno y dos.
- ¿Uno y dos no son tres hijos?
- No. Son un hijo y dos hijas. No son tres hijos.
- ¿El hijo es suyo y las hijas de ella?
- No. El hijo es de ella y mío y las hijas de ella y mías.
- ¿Y por qué no dice de nosotros?
- Porque ella y yo no es igual que nosotros. El matrimonio es entre hombre y mujer. Y nosotros es masculino.
Para agravar la
situación (como nadie quiere volver a escribir en femenino lo que ha escrito en
masculino, por un imperativo de la economía expresiva, para ahorrar tiempo,
espacio y esfuerzo) el signo de la arroba -que se usa en las computadoras para
las direcciones del correo electrónico- se ha introducido como un virus en el
alfabeto y está corroyendo el sistema de escritura y de lectura.
Días atrás me trajeron
a la Academia, en consulta, un programa oficial. Y, según otras llamadas desde
varios ministerios, esta medida es oficial.
L@s niñ@s.
Pregunté ¿Cómo se lee?
Laos niñaos o Loas niñoas? Me dijeron: Los niños y las niñas.
Entonces, de nuestra
lectura en línea horizontal progresiva de izquierda a derecha hemos pasado a una
lectura que salta atrás, vuelve adelante, y que con dos palabras mal escritas
representa cinco.
Y tanta lucha por el
alfabeto para quedar con un signo que tiene simultáneamente valor de a y de o, y
la mágica virtud de convertir dos palabras en cinco, que se leen hacia adelante
y hacia atrás.
Un fin de tragicomedia
En fin, el pretendido
lenguaje igualitario, que empezó con una justa lucha dramática, ha terminado en
tragicomedia.
Lo que temo es que
todos/as nosotros/as nos veremos condenados/as a ser los/as últimos/as
usuarios/as de una lengua que fue para los/as hispanoamericanos/as el verdadero
tesoro con que fuimos favorecidos/as tras la cruel experiencia a que nos
sometieron los/as conquistadores/as españoles/as.
Si es que ya no
estamos todos/as, emisores/as y receptores/as, completamente locos/as de
tantos/as/os/as.
La lengua española,
que encierra un potencial de sonoridad, armonía y fluidez para las hablas, ha
engendrado un habla desarticulada, harapienta y tartamuda, que perdió el ataque
vocálico dulce propio de las lenguas neolatinas.
Y todo a ciencia y
paciencia de 400 millones de usuarios. La experiencia de muchos años de
discusión académica en congresos, me dice que este problema sólo podría ser
resuelto directamente por la comunidad hispanohablante.
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