El petroleo bajo de precio

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miércoles, 21 de marzo de 2018

Héctor Collado, Entre mártires y poetas



Entre Mártires y Poetas
Autor: Héctor Collado

Invoco la herida de diciembre
la cicatriz de enero,
lastimada

Invoco los ayes de la voz
que ya no vuelve;
el rencor de los caídos
en silencio;
el dolor del herido
que yo no gime

Invoco la aurora de sangre
de este diciembre obsceno
devorándonos
hasta los escombros
después de 25 de enero.


Y del cielo cayó el infierno.
Vinieron de noche,
con la noche por ventaja,
con sus manuales
y sus crímenes por control remoto.

Llegaron con sus bestias metálicas
devorando casas y vecinos;
mordiendo las paredes a balazos;
desgarrando las esquinas,
los recuerdos.

Vinieron de noche
con la noche por ventaja
con sus artefactos titilantes;
con sus bífidas estrellas;
con su ponzoña injertada
envenenándolo todo.

Y sus bengalas encarcelaron al sol.

La muerte vino y se instaló
con sus bases,
y le robó el cielo a los pájaros,
dejó el barrio sin casas
y las casas sin padres
y a los padres sin hijos
y a los hijos sin besos.

Y uno desarmado
y solo.
Desarmado
y sin municiones.
Desarmado
y delatado por los suyos.
Desarmado y herido.

Desarmado
y muero sobre el pavimento
de la ciudad tomada,
con una noche de más
con muchas vidas de menos.

Ya no son los hijos de columpio y de la ronda;
los hermanos de la mueca y la sonrisa
intercambiando figuritas con la vida;
jugándose el honor a las canicas.

Ya no son los niños con nombres
decidiendo la mañana de los parques
dibujándole límites al cielo
acomodando el universo en las rayuelas

ya no son más
ya no son
ya no.

La memoria nos engulle
somos minúsculos fragmentos
de un balcón derretido
en los escombros.

En verdad no quedó
piedra sobre piedra,
lo que fuera lugar de cabriolas
juegos y sonrisas se transformó
en espacio inerte.

Rememorar la muerte,
descalzarse el alma,
rescatar la bandera
perdida en la última batalla
es lo que queda
de este aborto
de humo y ceniza.


No es fácil hablar de amor 
si la muerte ha caído
en tu solar, tu patio
y le pone bombas a los testículos,
al pecho de tus muertos
y te ha desechado la casa,
los versos de madrugada,
y se te ha muerto sin nacer
el hijo que no engendraste.

No es fácil hablar de amor
si te han humillado la arcilla y la sal
y la bandera amaneció muda,
desteñida,
a media asta,
avergonzada.

No es fácil hablar de amor
si la luz, sorprendida
por la muerte en pleno vuelo
se marchita, volviéndolo todo gris,
incertidumbre, todo sombra.

No es fácil
pero mi beso le nace,
otra vez, al corazón de la mañana.

Toda la noche fue como naufragio
y saltamos a la calle,
-un éxodo de manos lanzadas hacia el cielo
con un chisporroteo en la entraña,
quemándonos la ira.

Apuñalando contra el pecho niños y harapos,
buscamos, como ciegos,
en un río de gente asfixiada
la mano del vecino, ya sin manos
los ojos del amigo también ciego.

Ayes y gritos huyendo del odio,
evadiendo en la huida sombras-
camuflajes.

Buscando refugio encontramos la intemperie.
Buscando el amor tropezamos con la muerte.
Buscando la vida descendimos al infierno.

La playa seca de rabia
le tiende un pañuelo a la luna ausente
y solo queda este amanecer destirpado
entre mártires y poetas.

Y un barrio que agoniza
entre la sal y la ceniza.

Tan larga fue la noche
que me desgajaron
la mujer del sexo,
que mi hija no pudo
volver a sus pechos
para madurarle los dientes.

Cuánto pecado,
en lugar de besarle la frente
y mojarme en tu ternura
tuve que huir de ti.

Llegó la muerte
con su venganza
propagándose sobre la tierra inerte
y fue inútil gritar, sal ociosa, el llanto.

Yo huía del amor
y el amor me reclamaba.

Tan larga fue la noche
que me desgajaron
la madre del pecho
que mi hijo no pudo
volver a la tibieza de su vientre
para germinarle los arrullos.

Si la vida es sagrada
¡a que tanto sacrilegio!

Cuando la razón de vivir era abrazarte,
perseguido por un ruido de fusiles,
tuve que huir de ti.

¿Cómo huyes del amor
si el corazón va contigo?

Tan larga fue la noche
que me desgajaron
la vida del cuerpo que
todavía me desangro
en las aceras.

Hay país que me traicionas
cada mediodía.

País inerme,
de espaldas a tus pasos
vas a tientas y gimiendo.

Cada vez que acudo
a tu muerte
me desgarro.

País rasgado,
dividido entre himnos
y consignas.

País ruiseñor
que te nutres
de rumores
y le envenena la verdad.

Tu beso matutino me sustenta.

País rompecabezas
que te sostienes
a punta de indiferencia.

País inverosímil
que no terminas de nacer,
cuando te están matando.

Sólo el amor que te profeso
me da vida
para no dejarte caer.

Muerte hedionda, abyecta,
que burlas la voluntad de los héroes
y traicionas la inocencia de los mártires,
no preguntes por sus nombres,
no le indagues la presencia.

Déjalos que sueñen su soledad
y duerman su dolor,
que no sepan 
en que manglar
se fermentaron sus restos.

Déjalos volar en el anís de la memoria,
aliméntalos de tu mano,
dales de comer pedacitos de recuerdo
mojados en lágrimas
para que no se olviden.

A los heridos
¡Oh muerte tumefacta!
Hazles florecer el muñón, la cicatriz.
Devuélvele el paisaje
que le nace en la camisa.

Oh muerte
ruda
furibunda,
turbia,
inmerecida,
devuélveme la veguenza de estar vivo.

En verdad no fue nada difícil:
la tome en mis manos temblorosas,
el índice inteligente la penetro 
hasta el inquieto corazón.

Plena de sudor la esperanza
bajaba por mi frente,
la incrusté con furia en mi hombro.

Temí un siglo
y otro tiempo se abrió.

Un guiño exacto del ojo izquierdo 
y la angustia anidada voló.

Todo fue incendio,
enmudecieron sus mejillas.

En verdad
no fue nada difícil
aprender a matar a la Muerte. 

Este olor doloroso que fermenta la tierra 
y alienta la lucha;

Este olor desgarrado que me asfixia la queja
y penetra mis dudas;

Este olor desagradable 
y magnifico de mis muertos;
vapor genocida del dios de diciembre asesinado.

Este olor a patria muerta,
a muerte ruda,
a oxigeno podrido
que fertiliza el ave tricolor;
esta peste a pueblo,
este olor a escombro humano 
que se esparce a discreción;

Este olor doloroso, este dios aplastado
como mariposa contra el muro,
volver del detritus con su ferocidad al hombro,
volverá como el viento de esta tarde de luto,
}volverá con la consigna latente,
volverá de la muerte alucinando lo eterno.

Por tu espalda penetro la noche,
teniente de olivo.

Entregado a la derrota,
raída la fatiga,
la noche misma
en que el odio tomaba poseción
y juraba sobre mil tumbas
y relucía el miedo.

De tu pecho nos nació el día
soldado del laurel.

La mortaja tricolor
enarbola la mañana.

No volveré a tus brazos
no sabrás de mi retorno.

Al amanecer abre muerto
y nadie guardará mi memoria.

Seré polvo despreciado,
con mi muerte a cuestas,
devorándome.

Polvo humillado,
con el amor por lastre,
polvo por el polvo escarnecido 
mas, polvo enamorado.


Supón que quieras darte cuenta:
Alguien toca la puerta.

Supón
que quieres asombrarte:
Un rayo partió a un transeúnte en 2.

Supón
que quieres involucrarte:
Un atentado terrorista
dispersó la vida de 20.

Supón
que quieres conmoverte:
Ayer un terremoto sepultó a 2,000.

Supón
que quieres blasfemar:
La lluvia de hoy dejó sin casa a 20,000.

Supón
que se trata de tu pecho cauterizado,
de tu casa en ruinas,
de tus pies mojados por la lluvia,
del amor damnificado...


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